//MENSAJE DOMINICAL:// Levántate y come

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*XIX domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“¡Basta, Señor! Quítame la vida” (1 Reyes 19, 4). ¡Qué expresión tan dolorosa la del profeta Elías! ¿Cuál es su problema de fondo? Perdió de vista que era un enviado de Dios. De momento, perdió el sentido trascendental de su vida. Y vivir así siempre será ingrato y complicado.
El profeta Elías había avergonzado a los profetas de Baal, echándoles en cara su idolatría, había desenmascarado al rey en su pecado y mostró que hay un solo Dios. Pero ahora el rey lo persigue a muerte, por lo que él huye al desierto. Se siente acorralado, por lo que clama a Dios: “¡Basta, Señor! Quítame la vida” (1 Reyes 19, 4). Es la expresión de quien al perder de vista las dimensiones divinas de su vocación, pierde también el sentido de su existencia, por eso el profeta quiere morir.
Pero el ángel del Señor se acerca al profeta y le indica: “Levántate y come, porque aún te queda un largo camino” (1 Reyes 19, 7). Cuando parece que se pierde todo, nos queda lo más importante: Dios. Él nos sostiene en la debilidad y se hace alimento para el camino.
Dios, como alimento de vida, se hace cercano y accesible para todos en Cristo. El domingo pasado nos dijo: “Yo soy el pan de la vida”. Para el pueblo de Israel, Moisés es el máximo referente histórico y sagrado, pues los condujo por el desierto y les dio pan del cielo. Pero Jesús les aclara: “No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.
El maná vino del cielo, mas su efecto fue solo terrenal. Pero, el ser humano necesita mucho más que lo terrenal. De ahí las afirmaciones de Jesús: “Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (Jn. 6, 48-51).
Jesús escoge el pan como lugar y como signo de su presencia. Se trata de algo que ya es cotidiano y significativo para la vida humana. El pan concentra la bondad de la tierra, el esfuerzo del hombre, satisface necesidades esenciales de la vida humana, etc. Y a eso, que ya es fundamental, Cristo, con su presencia, le da una dimensión definitiva: fuente de vida eterna.
Por eso, san Pablo nos exhorta a no causar tristeza al Espíritu Santo, lo cual sucede cuando no nos abrimos a sus dones, cuando no nos dejamos ayudar por Dios, porque entonces empobrecemos nuestro corazón; pues, sin Dios, el corazón vive más atado a la aspereza, a la ira y a toda clase de maldad (Cfr. Efesios, 4, 30. 31), y, así, la vida se nos complica. Pero esto no sucede si humildemente nos acercamos al alimento que lo renueva todo: Cristo, pan de vida eterna. Él imprime en nuestro ser alegría y nos ayuda a ver más allá de lo circunstancial.
El deseo de Dios hacia nosotros, igual que en el caso del profeta, no es que muramos, sino que cada día nos levantemos, comamos y caminemos hacia adelante, para enfrentar con sentido nuestras tareas. Por eso, Dios viene a nuestro encuentro, a través de su Hijo Jesús, el cual se convierte para nosotros en el pan vivo. En un mundo tan lleno de confusiones, “el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad” (Benedicto XVI, el sacramento del amor, n. 2).
Humildemente reconozcamos que siempre necesitamos del alimento que Dios nos ofrece.

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