
//MENSAJE DOMINICAL:// Lo material es vana ilusión
*XVIII domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión” (Cohélet 1,2). Desde luego, es lícito y necesario que el hombre posea cosas propias (cfr. S. Tomás de Aquino, S. th. C. 66). Pero esto, como es obvio, exige un orden y mucha virtud, de modo que lo material no nos dañe. De lo contrario, “hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad, y tiene que dejárselo a otro que no trabajó. Esto es vana ilusión y desventura” (Cohelet, 2, 21s).
Los bienes materiales siempre han representado un riesgo para el corazón humano, pero hoy, en particular, se ha generado una cultura sobre el tener, lo cual nos está provocando estragos inimaginables. Con la idolatría del dinero, se vuelve común aceptar “pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades”. La cultura actual ha dado paso “a la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (Francisco, E G 55). La grave carencia de un sano sentido de la vida, no pocas veces, reduce al ser humano a una sola aspiración, la de los bienes materiales.
Por eso, nos insiste San Pablo: “Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo… pongan su corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra” (Col. 3, 1). De modo que “si vienen a tus manos las riquezas no pongas en ellas el corazón. Anímate a compartirlas generosamente. Y, si fuera preciso, heroicamente”. En eso consiste la pobreza de espíritu (José María Escrivá de Balaguer, camino 636). Es increíble todo el tiempo que a veces nos pasamos hablando de cosas banales, las compras, las ofertas, las novedades del mercado, etc.
Las cosas materiales nos empujan a hartar el cuerpo y el cuerpo ansioso de hartarse corrompe los sentidos y el espíritu. Si el corazón está hecho para lo eterno, lo trascendente, lo infinito, ¿cómo es que a veces pretendemos llenarnos de lo que es solamente temporal? “Esto es vana ilusión y gran desventura” (Cohélet 2,21).
“¿Qué debe buscar, pues, el hombre para alcanzar su dicha?” (…) Ha de ser una cosa permanente y segura, independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes de la vida. Pues lo pasajero y mortal no puede poseerse cuando se quiere (San Agustín, De la vida Feliz). Comenta el mismo San Agustín, “hay muchos afortunados, que poseen en abundancia cosas caducas y perecederas, muy agradables para esta vida… pero con todo, no pueden ser plenos”. En definitiva, como dice Jesús: “El hombre no vale por la abundancia de los bienes que posea” (Lc. 12,14).
Las riquezas en sí mismas no son malas, incluso, por eso, se les da el nombre de bienes; solo que son bienes temporales, limitados y no absolutos. El problema es cuando se les da el lugar o un significado que no tienen. Es entonces cuando generan desorden en el corazón. Las riquezas no son malas, pero sí engañosas, pues “no pueden permanecer siempre con nosotros; son engañosas, porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son las que nos hacen ricos en las virtudes” (San Gregorio Magno).
No olvidemos: la vida temporal es corta e incierta, por eso, el Señor le dice a aquel hombre: “¡Insensato! Esta misma noche vas a morir”. Al final, el Señor podrá preguntarnos ¿Qué construiste? ¿Muchas casas? ¿Muchas empresas? ¿Muchos negocios?, ¿Compraste mucha ropa, zapatos, bolsas, etc.? ¡Qué bueno!, ojalá le sirvan a alguien, porque todo eso aquí se queda mientras tú te vas. ¿Pero, qué inversión hiciste para la vida eterna?
¡No somos de aquí, somos de allá! Aquí estamos por un tiempo, allá es una eternidad.