//MENSAJE DOMINICAL:// Los mandamientos no pasan de moda
*III domingo de Cuaresma
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
El ser humano tiene un llamado esencial en su vida: ser feliz. Se trata del anhelo más profundo y noble que todos llevamos dentro. El problema está, como señalaba Aristóteles, que no siempre escogemos el mejor de los caminos para lograrlo. Hay quienes buscan la felicidad en los placeres, otros en el dinero, unos en el poder y en otras cosas más, pero, nada de eso lo llena todo.
Por eso, hoy, en la primera lectura, Dios nos muestra el camino seguro: “los diez mandamientos” (cfr. Ex. 20, 1-17). Se trata de una ética universal, que va bien para todos, pues atienden perfectamente todas las dimensiones de la persona humana. Se sustentan en una visión muy clara del significado y grandeza de la vida humana, por lo que hasta la fecha no pierden su valor.
Como sabemos, los tres primeros mandamientos ubican al ser humano en su relación con Dios. Esto, con la intención de que el ser humano nunca pierda el fundamento ni el sentido sagrado de su vida. Cuando se pierde eso, se desordena lo demás. De ahí el celo que Jesús muestra al entrar al templo y ver que lo han convertido en un mercado (Jn. 2, 13-25). Los otros siete marcan los criterios de convivencia entre los seres humanos y su sana relación con las cosas materiales.
Los mandamientos están tan bien pensados e integran tan sabiamente la dinámica de la vida humana que faltar a ellos no es atentar contra Dios, su autor, sino atentar contra la misma persona, contra el orden social y contra el buen uso de las cosas de “nuestra casa, el mundo”. Mientras que, la vivencia de estos significa, simplemente, facilitar la vida y encontrar el camino de felicidad más seguro, porque en ellos la persona vive con sentido.
Los mandamientos nos hacen libres, con ellos Dios no nos ata, solo nos enseña a vivir bien. Pero, vivir libres es una de las cosas más difíciles para todo ser humano. Tenemos el ejemplo del pueblo de Israel: a Dios le fue complicado sacar al pueblo de la esclavitud de Egipto, no sólo por la dureza del faraón, que no le convenía que el pueblo se fuera, sino, especialmente, porque los israelitas mismos se habían acostumbrado a vivir como esclavos. Los obstáculos que el faraón ponía eran físicos, las resistencias que el pueblo de Israel vivía estaban arraigadas en lo profundo del corazón. Se trata de la complicación más difícil de la vida humana, aprender a vivir libres. Pero los mandamientos se encaminan a eso, a ayudarnos a sacudir todo tipo de miedo, apego y de confusión.
Los mandamientos son el medio, el fin es cada persona, que construye su felicidad y que camina hacia Dios. Este es el objetivo que Dios pretende con los mandamientos.
Dice el salmo 18: los mandamientos confortan, dan sabiduría y alegría al corazón; son luz que alumbra el camino; son verdaderos y enteramente justos. Mas, toda su esencia, Jesús la resume en “el Amor”. De ahí que los mandamientos tengan cumplimiento pleno en Cristo, que nos trazó el mejor de los caminos, el del amor a Dios y el amor al prójimo. La nueva fe, la que hace enteramente libre al hombre, se fundamenta precisamente, como dice el Papa Benedicto XVI, en que “hemos creído en el amor de Dios” (Dios es amor, n. 1). En ese sentido, el amor no es sólo un mandamiento divino, sino también la respuesta humana al don del amor.
Por ello, podemos decir que los mandamientos eran un preámbulo a ese amor divino y humano mostrado en Jesucristo. “Es en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad” (Benedicto XVI, Dios es amor, n. 12). Sólo desde el misterio de la cruz el hombre podrá comprender plenamente el amor de Dios. Solo desde la mirada amorosa de Cristo en la cruz, “el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amor” (ibídem, n. 13).
No dudemos en vivir los mandamientos que nos encaminan hacia el misterio más sagrado, el amor misericordioso de Dios, que nos da vida y nos hace vivir con sentido.