//MENSAJE DOMINICAL:// Los tibios no llegan a nada

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*XXI Domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

En la antigüedad, Dios había hecho una alianza con su pueblo: “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ex. 24; Dt. 13). Pero, a pesar de que Dios, una y otra vez, había demostrado su cercanía y grandeza, el pueblo continuamente caía en diversas infidelidades. Desde luego, Dios no quiere que el pueblo se vea forzado a vivir bajo los preceptos que Él les presenta; de ahí que ahora les habla a través de Josué: “Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir” (Jos. 24, 1).
Aquella Alianza Antigua de pertenencia, tiene un momento decisivo en Cristo, que es la “Alianza Nueva y Eterna”. Él mismo es la Alianza y Él mismo sella dicha Alianza en la Cruz, con su sangre gloriosa. Y si de acuerdo a la costumbre, cuando se ofrecía un sacrificio para sellar una alianza, los participantes comían la carne del sacrificio para indicar que eran parte de aquel pacto; también, ahora Cristo durante el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, habla de manera determinante sobre lo indispensable que es comer de su cuerpo y beber de su sangre para poder ser parte de esta pertenencia a Dios. Es tan clara su afirmación que algunos, al escuchar: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, dijeron: “Este modo de hablar es intolerable” y empezaron a abandonarlo.
Y si Josué fue determinante al decirles: “digan aquí y ahora a quién quieren servir” (Jos. 24, 1), también lo es Jesús, por lo que enfrenta con rigor a sus apóstoles: “¿También ustedes quieren dejarme?” (Jn. 6, 69). Josué dio su propia respuesta: “en cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos. 24, 2). La respuesta de Pedro, en nombre de los apóstoles es: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabra de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn. 6, 55).
Josué y los apóstoles superan el dilema, alejan toda duda y reafirman su fe y convicción por Dios. Sin duda, se trata del dilema de la fe que también nosotros debemos superar todos los días. Son muchas las voces que nos distraen y meten confusión, respecto a Cristo y a su obra. Ante ello, Dios nos da libertad. Por nuestra parte, estamos llamados a decidir con firmeza y no estar a medias. No es válido decir: creo en Cristo, pero no en su presencia en la Eucaristía; creo en Cristo, pero no en sus sacramentos; creo en Cristo, pero no en su Iglesia.
Hay quienes dicen que no creen en la Iglesia, pero si quieren que le bauticen al hijo, que le celebren los XV años, que le confiesen al familiar que está muriendo y luego la Misa de funeral. O hay quienes dicen que creen en Dios, pero a su modo, como si Jesús hubiera venido para dar alternativas de una fe al gusto de cada uno. Basta un poquito de humildad para entender que nosotros solos no podemos diseñar un camino hacia Dios, cuando Cristo mismo ha dicho que Él es el camino, la verdad y la vida. Tampoco es válido decir que creemos en Dios, pero vivimos llenos de supersticiones, miedos infundados, fanatismos y fantasías.
El ser humano tiene una alta dignidad y una extraordinaria capacidad para elegir las cosas buenas de la vida, pero se hace daño cuando elige a medias, situación que se agrava en el tiempo actual, pues como enseñó Benedicto XVI: “La fe está sometida más que en el pasado, a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo a mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad” (Porta Fidei, 12). Bien enseñaba San Juan Pablo II: “La fe y la razón son como dos alas que elevan el espíritu a la verdad” (Fe y Razón).
Sin la ciencia, el ser humano no podrá llegar a toda la hondura de los misterios que Dios sembró en la naturaleza, tan perfecta. Pero, igual, sin la fe, la verdad que la ciencia nos pone de manifiesto no alcanzará su debida trascendencia.
¡Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor!

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