
//MENSAJE DOMINICAL:// No perdamos la identidad
*Primer domingo de cuaresma
Pbro. Carlos Sandoval Rangel.
Jesús, antes de iniciar su vida pública, impulsado por el Espíritu santo, “se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio” (Lc. 4, 1). Desde ahí, nos muestra la fuerza de su libertad y de su identidad. Se trata de principios esenciales para todo ser racional, que implica, desde luego, al ser humano.
El desierto, en sí mismo, tiene un significado muy profundo para el pueblo de Israel: es el lugar de pruebas, de murmuración y de rebelión; pero, por encima de todo, indica el lugar donde el pueblo olvidó que era esclavo y aprendió a ser libre. Ahí, Israel redescubrió su identidad como pueblo de Dios.
Por eso, Moisés insiste al pueblo que no olviden lo que es fundamental y que lo enseñen a sus descendientes: “Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz… nos sacó de Egipto con mano poderosa… nos trajo a este país y nos dio esta tierra que mana leche y miel” (Dt. 26, 4-10).
Pues Jesús también va al desierto y ahí, desde las tentaciones que el demonio le pone, nos muestra que para resolver lo circunstancial jamás podemos poner en riesgo ni la libertad ni nuestra identidad.
El demonio, en la primera tentación, le invita a “cambiar las piedras en pan”, lo que significa usar los poderes sólo para provecho individual, cultivando así el egoísmo, la soberbia. En su vida pública Jesús multiplica los panes, pero siempre en beneficio de la gente hambrienta, no para provecho propio. Él no olvida que el pueblo en el desierto pasó hambre, pero que Dios le envió el maná.
Es mucha la astucia del demonio, pues cuando actúa, comúnmente nos propone algo con apariencia de bondad, nos propone resolver algo que de momento es complicado, pero jamás nos resuelve la vida en modo total.
En la segunda tentación, el demonio, trata de desviar a Jesús en el modo de su reinado mesiánico. Para muchos, la llegada del Mesías significaba derribar los poderes políticos existentes. Por eso, el demonio le propone adorarle y entregarle a cambio los poderes de la tierra. Para Jesús es claro que ninguna acción debe separarnos de la alianza de amor que nos une a Dios.
Y en la tercera tentación el demonio propone a Jesús un camino fácil para conquistar la mirada de todos: realizar algo espectacular, buscar lo sensacional, mal usar la protección de Dios. Pero Jesús no nos conquista por medios espectaculares, sino a través del amor y la verdad, que nos acercan de modo digno a Dios y a los demás. Lo espectacular es para un rato, mientras que la verdad y el amor nos hacen trascender de modo permanente y definitivo.
Desde estos hechos, Jesús nos hace ver, que, con su obra de salvación, quiere ayudarnos a construir el camino de la verdadera libertad, la cual se sustenta en una sólida identidad y en un sentido profundo de nuestra vida.
En realidad, se trata de una tarea nada sencilla, pues, de manera increíble, los seres humanos fácilmente perdemos de vista el sentido último de nuestra existencia, malinterpretamos el significado de nuestro ser y, en consecuencia, nos aferramos a diversas esclavitudes, a empobrecer nuestra vida.
De ahí que la cuaresma es el tiempo oportuno para sacudirnos lo que lastima la esencia de nuestro ser y debilita nuestra libertad. Sólo libres podemos reconocer la grandeza del amor mostrado en la Cruz y podemos abrirnos a la dicha de la vida nueva mostrada por Cristo en su resurrección.