//MENSAJE DOMINICAL:// No perdamos lo esencial

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*VI domingo de pascua


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Los primeros cristianos vivieron una fuerte tensión entre los que, con una mentalidad muy rigurosa, creían que todos los que abrazaban la fe cristiana debían seguir apegados a las costumbres antiguas judías y los que entendían que seguir a Cristo implicaba una manera diferente de entender a Dios y, por tanto, una nueva manera de vivir la fe. En especial, algunos discípulos decían que si los conversos no se circuncidaban, no podían salvarse. Esto llevó a que los apóstoles realizaron en Jerusalén el primer concilio en la historia de la Iglesia, de donde se emitió una respuesta contundente: “El Espíritu y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias” (Hech. 15, 22 ss).
Antes, la guía y la fuerza de la religión tenía su sustento en la ley de Moisés, ahora es Cristo, quien selló con su sangre la Nueva Alianza. Antes, el culto a Dios se pensaba que estaba circunscrito al templo de Jerusalén, ahora “el Señor Dios todo poderoso y el cordero son el templo” (Ap. 21, 22-23). Antes, la relación con Dios se sentía con cierta exclusividad del pueblo judío, pero, a partir de Cristo, la salvación es para todos los pueblos y culturas.
Por eso, desde su origen, como lo subraya el concilio de Jerusalén, al decidir no imponer más cargas, que las estrictamente necesarias, la Iglesia, como pueblo de Dios, siempre ha estado abierta a todo el mundo y a todas las posibilidades culturales. No para uniformarlas o limitar su riqueza peculiar, sino para ayudar que sean más humanas. Sin descuidar la esencia de la fe, la Iglesia ha crecido y se ha enriquecido en cada lugar del mundo, porque siempre se ha esforzado por encarnar la fe en cada cultura y en cada circunstancia.
Las tentaciones por controlar y cuadricular todo, más que hacer fluir la fe, esconden la riqueza de la verdad y de la gracia. Por eso, el Papa Francisco nos insistió en que más que ser una aduana que controle las cosas de Dios, la Iglesia debe ser una madre de corazón abierto. “Está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Todos pueden participar de alguna manera de la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera (…). Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo” (E. G. 47).
En esta época de crisis y fuertes tensiones, no suman para nada las prohibiciones que agobian y las disciplinas que dificultan llegar a lo esencial, lo cual hoy es presentado por Jesús en el Evangelio: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” (Jn. 14, 23).
La savia del Evangelio tiene una eficacia especial para generar vida en cada tiempo y en cada cultura. Cuando, en vez de frenar y vivir en las prohibiciones, nos esforzamos por presentar y encarnar la alegría del evangelio, entonces las expresiones culturales se van purificando y la vida del hombre toma mejores alcances.
No son pocas las veces que el hombre de hoy sueña con crear un mundo controlable por él y, para eso, usa la tecnología, la ciencia, las armas, la imposición de ideologías y más medios, pero, también, con tristeza estamos viviendo las consecuencias, un mundo cada vez más fragmentado.
“El Espíritu y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias” (Hech. 15, 22 ss). En este mundo sin alma urge la grandeza del amor, como lo presenta Jesús en el Evangelio. Pero este no llega mientras otros, en los diversos campos de la vida, sigamos actuando como si fuéramos aduanas. La gracia y la verdad del evangelio no se pueden abaratar, pero tampoco se pueden atar.

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