
MENSAJE DOMINICAL:// Santos apóstoles Pedro y Pablo
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
En Cesarea de Filipo, como escuchamos en el evangelio, Cristo pregunta a sus apóstoles: “¿Quién dice la gente soy yo?” Los comentarios de la gente eran muy diversos; pero, viene la segunda pregunta: ¿Y para ustedes, quién soy yo? A lo que Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Es esa claridad de fe en Pedro, lo que lleva al Señor Jesús a dar un paso fundamental en su obra: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt. 16, 13-19). Jesús, decide, de modo definitivo, fundar su Iglesia y lo hace sobre la roca, que es Pedro. Por eso, desde el origen, Pedro y sus sucesores, asistidos de modo particular por el Espíritu Santo, se convierten en la roca, en la garantía, en la firmeza de la fe de la Iglesia. En cuestiones de fe y costumbres, de un modo u otro, todos podemos vacilar, pero Pedro y sus sucesores no.
Durante la pasión, todos los apóstoles, con excepción de Juan, se habían dispersado y de algún modo habían sido infieles a Jesús, pero es a Pedro a quien, de modo contundente, el Señor le reafirma su tarea. Ya resucitado, se les aparece junto al lago y le dice a Simón Pedro: “¿Me amas más que éstos? Le dice él: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis corderos. Le dice por segunda vez: Simón hijo de Juan, ¿me amas? Le dice él: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas. Le dice por tercera vez: Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que el Señor le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21, 15-17).
Si en Cesarea de Filipo, Pedro ya había confesado que Jesús era el Mesías, el Salvador, ahora al reafirmar su fe en Jesús, lo hace desde el amor, pues como dice el Papa Benedicto: “El amor es el camino de la fe” (Porta Fidei). Ese es el camino de fe que Cristo trazó con su Cruz, del cual Pedro y sus sucesores deben ser testigos, guías y responsables por encima de todos.
Pedro muestra la claridad de su fe en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”; Jesús, después de resucitar, junto al lago, le pide reafirmar esa fe: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Pero dicha fe, es sellada al morir en la cruz como su maestro. Cuenta la leyenda que, ante la persecución que Nerón hace a los cristianos, Pedro, que va huyendo, a las afueras de Roma se le aparece Cristo cargando con la Cruz, al cual Pedro le pregunta: ¿Quo Vadis Domine? (¿a dónde vas, Señor?) y el Maestro le contesta: a Roma, a dejarme crucificar de nuevo. Pedro entendió la lección, volvió de inmediato a Roma donde le esperaba la muerte en Cruz. Pedro entendió y nos enseñó que hasta ahí debe llegar la fe, sabiendo además que después de la Cruz sigue la gloria.
A Pablo, por su parte, perseguidor de la Iglesia, el Señor se le manifiesta; ante lo cual el mismo Pablo pregunta: ¿qué quieres de mí, Señor? Y el Señor le dice: “yo soy Jesús a quien tu persigues”.
Dice San Agustín que Pablo, antes de su conversión, era como una selva incultivable, que, siendo un gran obstáculo, era, sin embargo, el indicio de la fecundidad del suelo. Luego el Señor sembró la semilla de la gracia. Así puede ser con cada uno de nosotros. No nos desanimemos si de repente no podemos vencer nuestros pecados, que ofenden a Dios y dañan a los demás; tengamos esperanza en que un día, como le pasó a Pablo, el Señor domará nuestro corazón. La semilla que el Señor sembró en aquella tierra fértil, pero aún silvestre y llena de abrojos, como era el corazón de Pablo, dio tantos frutos, que un día también llegó al martirio. Para Pablo, igual que para Pedro, el martirio fue el paso para recibir la gloria definitiva, la corona de los victoriosos.
Pedro y Pablo son los dos grandes pilares de la fe de la Iglesia, cuanto más unidos estemos a ellos, con más facilidad encontraremos el camino de la fe verdadera, que es Cristo. Su ejemplo y doctrina, nos ayudan para no mutilar nuestra fe, pretendiendo creer a medias.
“Éstos son los que, viviendo en nuestra carne, con su sangre fecundaron a la Iglesia, bebieron del cáliz del Señor y fueron hechos amigos suyos” (Antífona de la misa).