//MENSAJE DOMINICAL:// Tiempo de dar un verdadero sí
*Cuarto domingo de adviento
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
San Lucas nos presenta a María y nos dice: es virgen, está desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José, y vive en Nazareth. Es decir, se trata de una doncella tan común como muchas de su pueblo y de su tiempo.
Pero a esta mujer, que parece del común de todas, Dios la saluda, a través del ángel, y le da un título especial: “Llena de gracia”. Entró el Ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Nos explica san Juan Pablo II que la llama así porque en su alma “se ha manifestado, en cierto sentido, toda la gloria de su gracia, aquella con la que el Padre nos agració en el Amado” (Redemptoris Mater n. 8).
El Ángel no la llama con el nombre civil, María, como el mundo la reconoce, sino con el nombre con que Dios la identifica y nos la presenta: “Llena de gracia”. Sigue explicando el Papa: Gracia, significa un don especial que, según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la vida Trinitaria de Dios mismo, de Dios que es amor (Cfr. 1 Jn. 4, 8)” (Ibidem). Es participar en la vida sobrenatural, para ser germen, para ser fuente, para bien de la humanidad. Y eso que Dios ve en María, lo ve también en nosotros al momento del bautismo. La diferencia es que ella es llena de gracia porque fue preservada de pecado, nosotros, en cambio, somos llenos de gracia porque somos salvados, a través de la gracia del bautismo.
Esta grandeza de María queda reconocida en el Nuevo Testamento. Por eso, Isabel no duda en decirle: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a verme?” (Lc. 1, 42). De ahí, también, la obediencia que el mismo Jesús le rinde en las bodas de Caná, cuando se acabó el vino y ella solicita a su Hijo que les ayude. En ese mismo sentido, escuchamos a aquella mujer que le gritó a Jesús: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Pero igual, toda la historia del caminar de la Iglesia está marcada por el gran reconocimiento de María: como la aurora de salvación, como la puerta del cielo, como el arca de la alianza y tantos modos más de reconocerle su aportación directa a la salvación.
Pero la grandeza de María queda confirmada en el modo como ella misma se autodefine: “Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”. Indicando, así, que está absolutamente disponible para Dios, en el modo que Él decida. Desde ahí, ya está cumpliendo el evangelio de su Hijo. Si Jesús más tarde enseñaría: “El que quiera ser el más grande en el Reino de los cielos, que sea el servidor de todos, María, desde que el Ángel le anuncia que será la Madre del Salvador, ya se define como la esclava del Señor, la servidora de todos, por eso, nunca ha dejado de ofrecernos su servicio de amor.
El sí de María abrió la puerta al pacto más alto de Dios con la humanidad. Dios quería rehacer, enmendar ese pacto de pertenencia, de manera nueva y definitiva, y para ello recurre a una mujer. Es un pacto de libertad, porque Dios propone y ella responde.
Con el sí de María y el sí siempre actual de Dios, se abre la oportunidad más sagrada y privilegiada para la humanidad. El sí de María hace que el espacio y el tiempo abran un lugar para que la eternidad ingrese en el tiempo, en la historia.
Pero el sí de María y el sí siempre actual de Dios logran sus máximos alcances cuando cada persona responde con su sí libre y comprometido. Pensemos, por ejemplo, en el sí comprometido de los esposos que se consagran el uno al otro; el sí de los papás que lo dan todo para formar a sus hijos; el sí del sacerdote o la religiosa que pone el amor a los demás muy por encima de su comodidad u otros intereses. Todo el bien que un profesionista, un político o un trabajador puede lograr cuando su capacidad la enfoca a un verdadero servicio, en vez de pensar en vivir de modo cómodo o reducirse al mínimo esfuerzo.
No dejemos de aprender de María que ya está a los pies del pesebre. Donde ella entra Jesús también entra, por eso, ella es puerta. Además, con María, nosotros podremos entender todo, porque nos ayuda a entender desde el amor.