//MENSAJE DOMINICAL:// Ve y profetiza
*XV domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“En aquel tiempo, llamó Jesús a los doce y los envió de dos en dos” (Mc. 6, 7). El documento de Aparecida nos recuerda que así es la dinámica del evangelio, de la fe cristiana: ser llamados y enviados. Desde nuestro bautismo, somos llamados para estar con Jesús, quiere que participemos de los misterios de Dios, de las bondades del reino, quiere enseñarnos a orar y, de modo especial, nos quiere enseñar a amar. Pero el llamado tiene un complemento necesario: “ser enviados”.
“Los envió de dos en dos”. En la palabra de Dios, dice el Papa Francisco, aparece permanentemente el dinamismo de salida, pues Dios quiere provocar a los creyentes para que se desinstalen y salgan (cfr. EG 20). Todos “somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del evangelio” (EG 20).
Al mundo le urge redescubrir lo que le da sentido y profundidad a la vida. El mundo se oscurece cuando nos detenemos demasiado en lo superfluo y en la mentalidad consumista que nos aísla. En este mundo de profundos vacíos, Dios quiere que nos acerquemos para mostrar que la vida desde Él nos da otra manera de entender y de disfrutar.
Cristo focaliza muy bien el envío que hace a los apóstoles: “fueron a predicar la conversión. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban” (Mc. 6, 13). Es decir, fueron a compartir la esencia del Evangelio, la misericordia de Dios. Van para compartir la belleza del amor de Dios que quita las ataduras que matan el corazón.
Tenemos el ejemplo del Profeta Amós, que sin ser originalmente profeta, sino un hombre dedicado a cultivar sus tierras y su ganado, el Señor lo llama para ir a profetizar a un pueblo que se ha apartado del buen camino (cfr. Amos, 7, 14-15). Amós creía en Dios y daba culto al verdadero Dios, pero el Señor le pide que vaya a denunciar las injusticias. Unos gozaban de excesivo bienestar a costa de otros que morían de hambre. Unos trabajaban, mientras otros solo querían cosechar.
Jesús, por su parte, envía a los doce (cfr. 6, 7). Los discípulos, igual que Amós, tampoco eran originalmente profetas, pero el llamado y el envío de Jesús cambia radicalmente sus vidas y pueden favorecer el cambio de los demás.
En el envío, son muy significativas las instrucciones de Jesús: no lleven nada para el camino: “ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica” (Mc. 6, 8). Pero dichas instrucciones son para todos, pues en la vida, todo lo que cargamos de más, termina estorbándonos. Y esto aplica no solo para las cosas materiales, sino también en los sentimientos, los malos hábitos o los modos de pensar. Dios, desde que nos eligió en el bautismo, no lo hizo para ofrecernos una vida resuelta, sino para que le ayudemos a humanizar el mundo.
De verdad, ¡qué equivocados están quienes piensan que ser cristiano consiste en tener ciertos actos de culto o, a lo máximo, tomar algunos cursos de doctrina cristiana! Lo anterior es importante, pero no es lo único, pues ser un verdadero cristiano implica también atrevernos a romper nuestro pequeño mundo y emprender un camino, enfrentar unos riesgos y unos horizontes, marcados, por una parte, por las necesidades que el mismo mundo nos presenta, pero también por las propuestas de vida que nos ofrece el evangelio.
El Papa Francisco nos provoca: “digamos sin miedo: necesitamos y queremos un cambio… me pregunto si somos capaces de reconocer que estas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? Queremos un cambio… Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio que podríamos llamar redentor. Porque lo necesitamos” (10 de julio de 2015). Para eso nos envía Dios. Pero sólo responde quien entiende y está convencido de su fe. De lo contrario, sólo reaccionamos cuando nos mueven nuestro confort, nuestra seguridad, nuestros intereses.
El Papa nos invita a preguntarnos con mucha seriedad: ¿Qué puedo hacer yo? Dios nos eligió para que le ayudemos a cambiar el rostro del mundo. Hacerlo, es entrar en la dinámica de salida, propia del creyente.