
//MENSAJE DOMINICAL:// Ven, Dios, Espíritu Santo
*Fiesta de pentecostés
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Con el gran acontecimiento de pentecostés estamos cerrando el tiempo pascual, que se ha extendido durante cincuenta días. Pentecostés es una de las tres grandes fiestas judías. Originalmente, en esta fiesta muchos peregrinaban a Jerusalén para dar gracias a Dios por las cosechas del año. Después, se agregó otro motivo: el recuerdo de la promulgación de los mandamientos dados por Dios en el monte del Sinaí. Dicha fiesta se celebraba cincuenta días después de la Pascua. Pero, por designio divino, esta fiesta da todo un giro y se vuelve parte de la Nueva Alianza, del nuevo caminar cristiano, marcado ahora por la presencia del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo guía, da vida y renueva todo. No dudemos en invocarlo y permitirle que actúe en nosotros y que siga sosteniendo la Iglesia: “Ven, Dios, Espíritu Santo”. Te necesitamos porque tú eres “fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo”. Ven y “lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas” (Secuencia).
Vivimos demasiado de lo superfluo y enfrentamos una problemática de entendimiento humano como nunca. Los valores humanos reales y objetivos, que emanan de la naturaleza misma del ser y que son expresados con entera claridad en el evangelio, se comunican demasiado poco y son sustituidos continuamente por visiones subjetivas y parciales.
Con humildad debemos reconocer que los grandes proyectos sociales, fruto de una idea incompleta del significado del ser humano, nos están matando. Por eso, las expresiones de violencia, la corrupción, la mentira, el descarte y la pobreza extrema, entre otras cosas. Y a eso, agregamos la dificultad de la Iglesia y de las religiones, en general, para caminar y asistir al hombre de hoy.
El hombre moderno y postmoderno, que no deja de ser pequeño y frágil, tristemente, no deja de soñar con controlar a los demás y al mundo, a la vez, sufre de soledad, lleva grandes vacíos en su interior y, en consecuencia, enormes confusiones. Presume de nuevos logros, pero ensucia y envenena más y más la casa de todos, que es el mundo. Cada vez, se le dificulta más entender la vida y entenderse con los demás.
Mientras el mundo se desgasta de este modo, hoy la palabra de Dios nos permite escuchar la experiencia de lo que sí funciona: “… aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu les concedía expresarse” (He. 2, 4). La lectura habla de gente venida de todas partes del mundo a la fiesta de pentecostés, pero cuando el Espíritu se posó sobre los apóstoles, todos los oían hablar en su propio idioma. El punto fundamental no está tanto en la capacidad de hablar más idiomas, sino, ante todo, en el deseo y la valentía de comunicar cosas buenas, de compartir la riqueza misma de Dios: “Cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua” (He. 2, 11).
El Espíritu Santo les unió en el lenguaje que todos pueden entender, el lenguaje del amor que nace de Dios. Éste es el idioma que el mundo hoy más necesita. No el de la competencia, la rivalidad, el dominio arbitrario, la polarización, el abuso de los indefensos…, sino el que une en la diversidad.
Si el Espíritu Santo sana los corazones, también desde cada corazón, como explicaba San Juan Pablo II, se van sanando las estructuras sociales, de las cuales, hoy, unas aparecen sin alma y otras, simplemente, se vuelven inhumanas. “Ven Espíritu Santo… Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo… Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas… Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y, contigo, el gozo eterno”.
Sin ti, Espíritu Santo, sucumbimos en la ignorancia, en la soberbia y en la indiferencia