Mujeres Juntas…

Mujeres Juntas…

Por Velia María Hontoria Álvarez

En un grupo en el que participo, dentro de una red social privada exclusiva para mujeres, siendo objetivo brindarnos apoyo en ventas, compras, orientación y, por supuesto, un espacio para desahogarnos, compartir momentos de humor, intimidad y, a veces, desde el anonimato, buscar consuelo o consejo viví una experiencia profundamente conmovedora que siento necesario compartir.
Una participante, con gran angustia, denunció una situación de violencia de la que estaba siendo víctima. Asustada, solicitaba ayuda, relataba con detalle la vivencia. Decenas de nosotras respondimos de diversas maneras: desde una abogada ofreciendo orientación legal, hasta quienes la incluían en sus oraciones. Algunas, con valentía, compartieron sus propias experiencias y ofrecieron apoyo emocional cargado de empatía.
Todo parecía seguir el curso adecuado, hasta que minutos después, la víctima reveló que una integrante del grupo había traicionado su confianza al informar al presunto agresor sobre la situación. Esto no sólo comprometía la integridad de la persona, sino también la seguridad de toda la red.
Lamentablemente, al enterarse de la denuncia, el agresor no tardó en amenazarla violentamente. La mujer, desbordada por el miedo, publicó los mensajes amenazantes, que muchas de nosotras leímos con alarma, reconociendo la gravedad de la situación. Sin embargo, ya no había mucho que se pudiera hacer. En un acto de desesperación o para protegerse, la denunciante bloqueó su cuenta y abandonó el grupo. Tras este incidente, las opiniones se dividieron. Algunas personas, con sensatez y entendiendo la delicadeza del asunto, consideraron que no se deberían exponer detalles tan íntimos en un grupo de redes sociales con tantas desconocidas. Otras, como yo, opinamos que, bajo ninguna circunstancia, se debe traicionar la confianza de una persona que está en peligro.
Este sentimiento de indignación que me recorre nació hace muchos años, cuando niña, escuché la frase de un hombre que, de manera jocosa e hiriente, repetía: “Mujeres juntas, ni difuntas”. Me indignaba, pues no entendía cómo, si las mujeres somos nuestras mayores aliadas, se nos considerara incapaces de unión. Mi madre, una mujer revolucionaria como yo, me explicó que esta frase tenía algo de verdad, pues a veces nosotras mismas éramos desleales, caíamos en el chisme, normalizábamos la desgracia de otras o, peor aún, contribuíamos a la violencia que sufríamos, en una sociedad que valida el abuso y minimiza los derechos de las mujeres. Sin embargo, esa explicación nunca me satisfizo.
Años después, al observar que nada cambia, me pregunto: ¿Qué es lo que nos sigue deteriorando como sociedad? Tal vez la respuesta resida en que hemos dejado de lado valores fundamentales como la lealtad y la solidaridad. Las acciones cívicas y las normas de convivencia se confunden con una falsa libertad de expresión, un derecho a réplica o, lo que es aún más grave, con un egoísmo que nos impide empatizar con el dolor ajeno. A veces, un simple chisme puede poner en riesgo la vida de otro, sin que haya espacio para la compasión. Y eso, más que una falta de moralidad, es una falta de humanidad.
Lo que está en juego, no es sólo el respaldo que podemos ofrecer en momentos de vulnerabilidad, sino el ejercicio de la sororidad: red invisible y poderosa que nos conecta ante cualquier adversidad. Y es que la forma en que respondemos ante el sufrimiento ajeno dice mucho sobre nosotras mismas. Entonces, me pregunto: ¿Cómo estamos construyendo una red de confianza en la que cada una pueda vivirse sin miedo al juicio o la traición? ¿Qué nos falta para dejar de ser espectadoras indiferentes y convertirnos en guardianas de nuestra humanidad? Pienso en aquellas que vendrán, en las que ya están aquí, y en las que, sin duda, merecen un actuar distinto, firme, compasivo pues en este tejido llamado vida, si una cae, todas tambaleamos. Al negarnos a brindar asistencia, perpetuamos la deserción y la desintegración. Propongo, entonces, que levantemos un nuevo estandarte: Mujeres juntas, siempre fortalecidas.

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