Píldoras de límites

Píldoras de límites

Por Velia María Hontoria Álvarez

“Un buen gobierno no es el que hace mucho, sino el que hace lo necesario, con justicia” José Martí.
En nuestra ciudad, observamos cómo la anarquía se disfraza de simpatía. Desde hace tiempo, se ha confundido gobernar con agradar, destruir, fracturar desde lo que se dice son esperanzas del nuevo comienzo. Mas en ese malentendido se ha cedido a la omisión, al desorden y a una peligrosa permisividad. Hoy vivimos las consecuencias: accidentes de motociclistas a la orden del día, vidas perdidas, cuerpos fracturados, familias rotas. Personas que, después de un accidente, jamás volverán a ser las mismas.
La realidad es brutal. Motos con tres o más ocupantes, niños sin protección, empalmados o en brazos de tripulantes, a la buena de Dios. Conductores que circulan en sentido contrario; valentones que presumen de cabezas fuertes y rodillas de acero, que brincan semáforos, saltan y serpentean mostrando sus acrobacias. Ignoran, desafiantes, derrochando adrenalina, los límites de velocidad y, como si fueran inmunes a las leyes de la física, viajan sin casco, ajenos a cualquier protección. Pues al final nadie regula, nadie exige, nadie pone un alto. Los límites se han desdibujado… ¿Esto es gobernar? ¿A poco así caen bien? ¿Están verdaderamente seguros?
¿Dónde quedó el quehacer de la gobernanza? ¿Desde cuándo hacer cumplir el reglamento se volvió sinónimo de caer mal? Los gobiernos no están para agradar, mucho menos para voltear la vista mientras el caos se multiplica. Están para proteger la vida de todos, incluso de quienes se creen intocables o inmunes a las consecuencias. La gobernanza no es intimidar, acorralar, menos familiarizar: es proteger, servir desde la humildad que busca y procura el bien común. Simone Weil afirmó: “Un Estado que no educa y no exige es un Estado que abandona a su gente.” El objetivo estructural del gobernante no está en buscar la aprobación inmediata, sino el bienestar que fortalece a su pueblo. ¿Coincidimos?
Imposible omitir la importante colaboración y responsabilidad ciudadana. Porque exigir derechos sin cumplir obligaciones es otra forma de impunidad. Ya lo han dicho: el problema no es la corrupción de muchos, sino la tolerancia de algunos. No todo puede ni debe, recaer en la autoridad. Definitivamente, si como sociedad hemos normalizado el desorden, si aplaudimos al que se burla del reglamento, si no decimos nada, si volteamos indiferentes el rostro cuando un menor viaja expuesto a la muerte sobre una moto mal conducida, por supuesto que tú y yo somos cómplices de un asesinato premeditado, voluntario.
El caos, estoy convencida de que no llegó solo. Lo fuimos permitiendo consistentemente. Lo toleramos en nombre de una falsa libertad, de abrir espacios, de fomentar una mal entendida inclusión. Lo dejamos crecer por miedo a incomodar, por esa absurda idea de que el orden es autoritario y la ley, enemiga, o “vayaustéasaber”
Este editorial no es un reclamo: es un llamado urgente, una súplica a las autoridades para que hagan su trabajo con firmeza, aunque eso signifique perder simpatías, ganando amor con el respeto de quien cumple sin atajos ni disculpas su deber. Y a la ciudadanía, para que asuma su obligación de respetar las normas, no por temor a la multa, sino por un inmenso e incondicional amor a la vida y al compromiso de no dañar a los demás.
Gobernar no es cuestión de popularidad. Es cuestión de ética, de responsabilidad y de valentía. Vivir en sociedad implica entender que la libertad de uno no puede convertirse en la amenaza de todos.
¿Seguiremos esperando más tragedias para reaccionar?
Usted decide.
Y yo, y tú también.
Pero ojalá, decidamos a tiempo.
**Desde mi admiración va al cielo una plegaria por el descanso eterno del Lic. José Carlos Guerra Aguilera. El cielo se engalana con un extraordinario y ejemplar celayense.

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