
Quién asume…
Por Velia María Áurea Hontoria Álvarez
“Asumir”. Verbo corto, ligero, que parece hablar de sumas. Pero en realidad es un dedo largo que, sin querer, señala: responsabilidades, silencios, complicidades.
Hace unos días volví a mirar una vieja película: Los siete pecados capitales (Se7en, 1995). Diálogos crudos, escenas perturbadoras, un final inquietante. Y pensé en nuestro país, en nuestro estado, en nuestras ciudades, en mí. No hace falta ir al cine para ver desfilar la gula, la avaricia, la lujuria, la ira, la envidia, la soberbia y la pereza: ahí están, todos los días, a cuadro.
La gula no está solo en los excesos de mesa, sino en la acumulación indecente mientras millones carecen de lo básico. La avaricia se ve en funcionarios que inflan contratos o reparten el erario como botín. La lujuria se refleja en los abusos y feminicidios que lastiman a Guanajuato. La ira se desborda en homicidios que siguen golpeando comunidades y familias. La envidia aparece en la política que prefiere destruir al adversario antes que construir acuerdos. La soberbia asoma en gobernantes que no escuchan ni rectifican. Y la pereza se instala en quienes eligen la indiferencia. Lo toleramos. Lo normalizamos. Y mientras tanto, la vida se nos va en segundos.
No soy sacerdotisa ni pretendo dar lecciones. Soy una mujer que carga, cada día, sus propios pecados capitales y, como cualquiera, batalla para domarlos. La pereza me tienta, la ira me enciende, la soberbia me susurra. Y sé que al mirarme, te miras: ¿cuántas veces vamos al trabajo y “hacemos sin hacer”? ¿Cuántas horas se pierden en charlas inútiles, vueltas innecesarias, gestos que simulan para cobrar lo mismo —o más— haciendo menos? Eso no es asunto de catecismo, sino de conciencia. No se engaña al patrón: nos engañamos a nosotros mismos. Robamos a la vida, al país, al futuro.
Asumir es mirarse al espejo y aceptar que los cambios no empiezan en Palacio Nacional ni en el Congreso ni en la oficina municipal: empiezan aquí, en lo íntimo, en el minuto en que decido hacer lo que me toca y hacerlo bien. Porque mientras invento excusas, la vida se escurre; y al final, desnudos volveremos a la tierra.
Afuera, las tragedias colectivas también exigen asumir. El 6 de agosto, una locomotora que se separó de un convoy embistió vehículos en Irapuato; murieron seis personas y hubo heridos. Ferromex presionó para reabrir las vías alegando riesgos y pérdidas, y hoy las vías ya fueron liberadas tras un acuerdo con autoridades, mientras la Fiscalía estatal señala que todavía no están garantizados todos los pagos por daños. Las familias siguen pidiendo respuestas. ¿Quién asume? ¿Quién repara? ¿Quién corrige? ¿Fotos y don Flash?
Frente a cada pecado hay un antídoto: a la gula, la templanza; a la avaricia, la caridad; a la lujuria, el respeto; a la ira, la paciencia; a la envidia, la bondad; a la soberbia, la humildad; a la pereza, la diligencia. No son reliquias: son planes de acción del diario. Hoy significan cosas simples y contundentes: cumplir el turno sin simular, entregar a tiempo sin pretextos, escuchar antes de reventar, reconocer errores y corregir.
Lo único que permanece es lo que asumimos en vida: lo que decidimos hacer por nosotros, por nuestra familia, por nuestra comunidad. Detrás de cada logro hay manos y almas que lo hicieron posible, nunca estamos solos. La pregunta es simple, contundente, ineludible: ¿Quién asume?