
Si queremos que todo siga igual…
Por Velia María Hontoria Álvarez
Reencontrar amigos suele ser un placer delicioso. La charla que quedó suspendida en el tiempo fluye y se desahoga en la frescura de quien no esconde nada; la confianza es tal que la flor de la conversación se abre, como si los inviernos no hubieran pasado. Hace unos días viví un encuentro así. Fue inevitable hablar de los «cambios» que nuestros gobiernos, cámaras y asociaciones aseguran estar promoviendo en su afán de mejorar. Sin embargo, al profundizar en los hechos, observamos que solo se trata de cambios de nombres y rostros. Los nuevos protagonistas se afilian a las modernidades, abrazan las mismas estructuras de siempre y se lanzan al escenario con su nuevo papel.
Entonces, el ego crece, la voz se infla, los dientes chiflan y, creyéndose transformados por sus ropajes, actúan y hablan exactamente igual que sus predecesores. Bastó esa reflexión para traer a colación a Giuseppe Tomasi de Lampedusa y su novela El gatopardo. En nuestra charla, evocamos a don Fabrizio, príncipe de Salina, quien parece estrujar el corazón de los lectores con esa paradoja tan vigente: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Nos sobraron ejemplos en nuestro entorno, donde los viejos líderes continúan tejiendo sus estrategias con los mismos hilos, permitiendo que el «gatopardismo» fluya y se perpetúe. Los cambios de fachada se suceden: caen los letreros de la tienda, pero los productos y las claves para usuarios siguen siendo las mismas.
Este pensamiento me llevó a buscar en mi estante ese viejo libro de Tomasi. Releí sus palabras: “Su vanidad es más grande que su miseria”. Recordé a esos sicilianos que el autor describía, hombres sin deseos honestos de mejorar, creyéndose perfectos y careciendo de una verdadera independencia de espíritu. Poco les importaba hacer el bien o el mal; agotados y vacíos, preferían morir de hambre mientras se alimentaban de sus egos. Algo, por supuesto, “insólito” en nuestras sociedades mexicanas, añadiste.
Concluimos que las sustituciones son solo de nombres, colores o personajes, como una ruidosa comedia romántica donde los actores desfilan con disfraces que muchas veces les quedan grandes. Las voluntades de nescafe, o como diría Malvica «se servirá gelatina con ron».Al hablar de esta novela, escrita entre 1954 y 1957 y publicada póstumamente en 1958, reflexionamos sobre su vigencia. El gatopardo narra la decadencia de la sociedad siciliana, la instauración de la república, la mafia y el orden social inamovible sostenido por la aristocracia terrateniente. Don Fabrizio, imponente y sensual patriarca, observaba impávido cómo el mundo parecía desgajarse, sabiendo que aquellos cambios no eran más que apariencias. Los nuevos actores, tarde o temprano, beberían del mismo manantial establecido.
“Los celos personales, el resentimiento… se disimulan con argumentaciones políticas”, leímos en voz alta. ¿Qué hay de cierto en estas letras tan antiguas como clarividentes? ¿Seguimos reflejándonos en esa serenata de aparentes transformaciones?
“Todo esto no tendría que durar, pero durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente: un siglo, dos siglos… y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los gatopardos, los leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas. Y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra”.
Gracias por tu compañía, amigo. Por la charla, y por el inamovible refrendo de nuestra amistad.Y ahora, lector, te pregunto: ¿has visto cambiar algo más que los nombres? ¿Nos atrevemos alguna vez a romper el ciclo o simplemente seguimos bailando al son de siempre?
(Por cierto, pobre príncipe de Salina… de tanto leer, se ha vuelto loco).