
Si se derrumba, al rescate: Gente luminosa
Por Velia María Hontoria Álvarez
Las calles están tomadas por la delincuencia y el caos. La autoridad sometida no tiene la capacidad o vayaustéasaberqué para garantizar la seguridad a esos ciudadanos a quienes se debe. El crimen ya no es noticia, es parte de la rutina de un paisaje opaco. Hablar de política es mal chiste contado entre dientes, broma amarga que no hace gracia. Más ahí están los valientes, el comerciante que abre su negocio todos los días, el maestro que enseña en una escuela sin recursos en la convicción de que la educación es la única revolución posible. El alumno que elige estudiar, no por engaño, sino por la voluntad de forjar futuro, aun cuando lo llamen cobarde por no ceder a la tentación de la delincuencia.
Y, aunque el dinero pierde valor cada día y la canasta básica se vuelve más liviana, seguimos saliendo cada mañana, cantando nuestras canciones y agradeciendo la belleza de un nuevo día. Narrar un robo o un asalto se ha vuelto común, mientras el miedo crece en silencio y oculta tanto a los gigantes como a los pequeños que luchan. Aun así, entre las sombras, ahí están los que siguen danzando, los que resisten con la dignidad intacta.
Las reglas se han roto. Viajar sin casco en moto, hacer piruetas en los puentes, acelerar a fondo y saltar las aceras. Infringir la ley, es costumbre sin estrategia. Morir sin medicinas o esperar meses para una cirugía es rutina. Sin embargo, todos los días, a la misma hora, con dedicación, médicos, enfermeras, cirujanos llegan al hospital, curando con gasas de empatía de quien reconoce el sufrimiento.
Mientras algunos eligen proteger a los delincuentes, mimarlos y abrazarlos, otros nos aferramos al día. Resistimos, con el deseo de trabajar, de hacer de nuestro día la mejor versión posible. Algunos pensarán que nos estamos acostumbrando, que hemos normalizado escuchar balazos desde el norte hasta el sur del país, o que simplemente esperamos que, en algún momento, los planetas se alineen y la situación cambie. Pero la verdad es otra: hay héroes anónimos que aparecen sin cámaras ni reflectores, que luchan día tras día lejos del ruido de las redes sociales y los titulares sensacionalistas que inspiran.
Esta reflexión nace de dos sucesos recientes que me dejaron una huella profunda. Hace unos días, fui anfitriona de un grupo de mujeres empresarias e industriales que, con fe y valentía, enfrentan el día a día. A pesar de las dificultades, se arremangan con una delicadeza femenina que las impulsa a luchar incansablemente. Descartan el quejido, porque saben que en su trabajo está el sustento, la innovación y el futuro del país. Son defensoras de su poderío, pilares de familias y empresas que crean oportunidades. Se apoyan mutuamente, crecen juntas y se inspiran en la certeza de que no hay mejor tiempo que el ahora. Su dedicación es incansable y su ejemplo me llena de esperanza.
Y así, al caer la tarde de este viernes, cerca de un semáforo, vi una ambulancia de Cruz Roja que, al detenerse en el alto, desoyendo el desenfreno de los cláxones bajo rápidamente. Para mi sorpresa, corrió hacia una anciana que, recargada en un poste, intentaba sin éxito abrir una botella de agua con sus dedos torcidos. Estos gestos iluminan mi vida, y confío en que también iluminen la tuya.
Gracias, Comisión de Industriales Canacintra. Gracias Alejandra, por tu maravillosa iniciativa. Gracias mi héroe anónimo, el chofer de la ambulancia Salvatierra GTO-398..