
Sin amparo ni defensa
*La reforma que desarma al ciudadano frente al poder
Por Velia María Áurea Hontoria Álvarez
Este 17 de octubre amanecimos con menos derechos y casi nadie lo notó. El pasado viernes, un decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación hirió de muerte al amparo, esa conquista jurídica que por más de un siglo nos protegió de los abusos del poder. Pocos lo leyeron, pero millones ya opinan entre memes y desinformación. Y como no soy experta, pregunté a quienes sí lo son. La respuesta fue clara, con las reformas a la Ley de Amparo, al Código Fiscal y a la Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa, los ciudadanos perdimos mucho más que un trámite. Perdimos la posibilidad de defendernos frente al Estado. Hoy, quien intente oponerse a una multa arbitraria o a un embargo injusto solo podrá promover amparo cuando ya le estén quitando sus bienes.
Y aun si lo logra, el juez tendrá menos margen para suspender el acto.
¿Por qué? Porque la nueva ley le prohíbe frenar disposiciones del gobierno en asuntos “de interés público”.
¿Y qué no cabe en ese cajón de sastre y con jueces a modo? todo. Peor aún: las dependencias y fideicomisos públicos quedaron exentos de otorgar garantías, mientras los particulares -nosotros- seguimos obligados a hacerlo. Una desigualdad procesal que despoja al ciudadano de equilibrio frente al poder.
Por otra parte, señala que, si no eres tú, de manera directa quien sufre la afectación, no podrás reclamar ningún daño.
En otras palabras: solo los moribundos podrán quejarse por la falta de insumos y medicamentos o mala praxis; serán los jaguares con las boas quienes interpongan litigios y los corales quienes firmen el daño del desastroso tren y alguna otra ocurrencia. Nos dijeron que el objetivo era “modernizar” los procedimientos, pero la digitalización forzada de los juicios puede volverse una nueva muralla. ¿Qué pasará con quienes no tienen conectividad, firma electrónica o recursos tecnológicos? La justicia, que debía ser ciega, para todos, ahora será también virtual y excluyente. En suma, esta reforma nos deja más indefensos y menos libres. Se llama “modernización”, pero huele a control, se renombra autoritarismo.
Se llama “eficiencia”, pero suena a silenciador. Porque cuando un país pierde el derecho a ampararse, lo que realmente pierde es la posibilidad de decir “no” al poder.
No se trata de llorar lo perdido, sino de recordar que el amparo surge de la insurrección del ciudadano frente al abuso. El amparo nació en Yucatán en 1841, cuando Manuel Crescencio Rejón imaginó una herramienta para proteger al ciudadano frente al poder. En aquel entonces México fue pionero en el mundo para darle al individuo un escudo jurídico contra el abuso. Ese escudo, el viernes se destruye. Por eso nos toca volver a ser ciudadanos, no espectadores. La ley no se defiende sola, se defiende leyéndola, exigiéndola, usándola. Recordemos que la conciencia ética no se deroga. El poder real no está en el edificio ubicado en la calle de la Constitución (antes Palacio Nacional) ni en las manos de esos que dicen ser nuestros indignos representantes; el poder está en cada persona que piensa, se informa y no calla. Podrán debilitar los tribunales, pero no la conciencia.
Podrán borrar el amparo, pero no el pensamiento libre.
Mientras exista un mexicano dispuesto a decir la verdad, la democracia no estará perdida.
¿Y usted, aún cree que no le afecta?
