
Una taza de té
Por Velia María Hontoria Álvarez
Treinta y nueve van, y siguen sumando a los segundos, algunos ligeros, otros arrastrados. Catorce mil doscientas y tantas tazas se han posado en el buró cada mañana para despertar el día, mientras cientos de te quiero han brillado en tus ojos desde la confidencia de aquel día.
Dicen que los matrimonios ya no duran como antes, que lo desechable está de moda y que en la prisa por cambiar es en donde encontramos mejores experiencias. Que estar juntos es aburrido, que toda vez que se acaba la función de estreno, más te vale buscar nueva película. Que ya no nos hacen tan aguantadoras, que replicamos y rezongamos porque ustedes han dejado colgados en viejos percheros la caballerosidad y el romance. Dicen que protegerse tiene que ver con aseguradoras y cuentas bancarias, yo sé que es más de trocitos de pan, de remendar bolsillos y de lechos estrechos. Encontrar tu mano al descuido me da entereza, y en esos días de tormenta, sólo en tus brazos la llovizna se vuelve soportable. Los días de sol brillan y azulean en el cielo de tus ojos, me prometes entonces más palabras y menos silencios y, yo, aunque no te creo, te sigo queriendo, entonces, bailamos. Dicen que los seres humanos no nacimos para estar solos, y yo les creo, porque no imagino ni quiero una vida protegida sólo por mi sombra. Tú en tus cosas, yo en las mías; tú a tus modos, yo en mis tiempos; coincidiendo en objetivos, tejiendo juntos desde la misma orilla.
Perdí la cuenta de las veces que abres la puerta, para cederme el paso, acercarme una silla, mirarme de reojo y sorprenderme con un halago obligándome a enderezar la espalda, levantar la cara y decirte con el alma cuánto te quiero, con todas las diferencias reconciliables que no restan años. Porque las relaciones no son fáciles, ni la rutina siempre llevadera; a veces parece que el final feliz sólo llegará con el día en que tu mano firme cierre mis ojos.
Hay tardes de toros sin capote posible, cuando sólo la espada parece dar fin a la corrida. Pero llega el silencio y, desde cada esquina, desamarramos los guantes, dejando que el aire fresco de la mañana desenrede los nudos y barra palabras. Dicen que amar es tan fácil como firmar una cuartilla, pero yo sé que es cuestión de constancia, valor, respeto, olvido oportuno y empatía.
El amor es de cuento cuando lo escribes, pero se vive en los detalles, en esas pequeñas acciones que facilitan e inspiran la tarea. Dicen que el amor lo resuelve todo, pero yo creo que es la conciencia de estar en paz, de saber qué nos conviene, de cumplir, apoyar y sumar en la dificultad de la circunstancia.
Abrir cordones, soplarle al cielo y pintarles otros colores a los zapatos sin cambiarse de sombrero. No oprimir, no exagerar, no encarecer lo innecesario. Cumplir —en lo posible— aquello que un día prometimos.
Esa es la certeza que renueva el compromiso que un día, a los pies de la Virgen del Monte Carmelo, a las trece horas con varios minutos en presencia de testigos nos dimos un sí.
Nos dijimos, hasta que la muerte nos separe.