La Cruz es camino de libertad y de vida
*XII domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Frente a un mundo fragmentado, como el actual, hoy san Pablo nos presenta uno de los ideales y expresiones más altos de la salvación: “Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todo ustedes son uno en Cristo Jesús”. La salvación une, reconcilia, no divide ni genera privilegios sociales.
Pero esto no sucede por un decreto divino, sino haciendo el camino de la Cruz, como lo traza Jesús. Después de reafirmar su identidad como Mesías, les anuncia: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”. Este es el camino del Mesías, pero es también el camino del verdadero creyente: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”. (Lc. 9, 20-24).
Cuando Dios toca y sana las fibras más profundas del ser humano, se rompen las diferencias, en cambio, cuando Dios no está se agrandan los muros que separan. Por eso el proyecto de Dios implica alcanzar las áreas más áridas de la vida, para renovarse desde dentro. Bien dice el profeta: “En aquel día brotará una fuente para la casa de David y los habitantes de Jerusalén, que los purificará de sus pecados e inmundicias” (Zac. 13, 1).
Cristo anuncia su muerte, pero también su victoria. Y de la eficacia de su propuesta no nos debe caber duda, pues Él ya hizo el camino y sí resultó victorioso. El dilema del mundo ahora se juega en el atrevimiento del ser humano de asumir dicha propuesta: tomar la cruz de cada día.
“Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo… Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá”. Esta máxima del evangelio está también más que comprobada. La inercia individualista, marcada por el egoísmo, la soberbia, el materialismo y el hedonismo, que se ha vuelto cultura, nos está provocando tremendos desajustes humanos.
¿Por qué el proyecto de Dios se mueve bajo la mística de la Cruz? Porque, por una parte, Él baja a lo más complicado, al corazón humano, con el fin de sanarlo y hacerlo libre. Antes de Cristo, la cruz era el lugar del pecador y, ahora, Él desde ahí quiere liberar. Y segundo: ahí Jesús nos enseña que la Cruz implica darlo todo, sin discriminar a nadie. Cristo asume todo lo que el hombre puede vivir, incluyendo sus miserias y las consecuencias más profundas del pecado y, desde ahí, abre un camino nuevo. La cruz es camino de encuentro: Dios con el hombre, el hombre con Dios y el hombre con el hombre. Por eso la Cruz rompe los muros.
Cuando Cristo toca las fibras más recónditas de la persona, entonces dejamos de afanarnos en buscarnos enfermizamente a nosotros mismos y resurge la capacidad de voltear a ver a verlo a Él. Ya lo anunciaba el profeta: “ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza” (Zac. 12, 10).
Sin la mística de la Cruz de Cristo, la vida del hombre siempre resultará incomprensible. Pues sin la libertad interior del corazón sanado por Cristo y sin la decisión de entregarlo todo, ¿cómo podrían mantenerse fieles y felices los matrimonios? ¿Cómo un sacerdote podría servir con alegre generosidad a sus feligreses? ¿Cómo podrían unos papás darlo todo por sus hijos? ¿Cómo podría un profesionista santificar su vida en el servicio a los demás?, etc.
Para quien no se atreve en serio a vivir desde la sabiduría de la Cruz, ¡qué difícil es entender este camino! Si entendiéramos el misterio de la Cruz y, desde él se inspirara la humanidad, no estaríamos padeciendo el deterioro humano como lo estamos viviendo. Creer desde la profundidad del amor no es fácil, sin embargo, es la única manera legítima para vivir bien y garantiza que el mundo pueda ser diferente. Los demás sistemas no han dado resultado.