Letras bulliciosas

Letras bulliciosas

*Un país también puede escribirse. Y corregirse


Por Velia María Hontoria Álvarez

Un día cayeron a mis manos las páginas de Fulana de Tal con Su vida inútil pero divertida. Aquel anecdotario anónimo —escrito con siglas y sobresaltos— me animó a dejar de guardar mis impresiones en la memoria y volcarlas, sin pudor, sobre el papel. Desde entonces un ejército de cuadernos me ha acompañado. El temor a que aquellas emociones fueran descubiertas por ojos «inquisidores» se disipó con los años. Descubrí que ese flujo íntimo era mi mejor vía para crecer, reconocerme y corregirme entonces, cada quién podía pensar lo que le viniera en gana.
Si, el diario ha sido mi brújula, pensé hace unos días y soñé ¿por qué México no escribe el suyo? Uno honesto, crudo, desde la entraña, sin patrañas. Quizá, al releerse, entendería que vivir aferrado a rencores atávicos nunca sanó a nadie; que el abusivo persiste mientras exista quien lo tolere; que la traición se marchita frente a la lealtad de quien hace y busca el bien. Que no basta vivir cómodamente mientras otros sobreviven, y que quien tiene poder, tiene deber.
En ese cuaderno el país revelaría que, si cada quien sólo “jala para su lado” la casa se desordena y se enreda. Que gobernar una nación no es cuestión de sexo ni de cuotas, sino de personas con conocimiento y amor por lo propio; que a los —y las— ñoñas ni siquiera habría que prestarles el guion. Y que cuando un político roba es porque, al menos, una docena de ciudadanos lo consintieron y callaron a tiempo.
¿Cuántos likes necesitas para despertar? ¿Qué testamento se firmará con tantos mudos? Quizá la carrera del futuro no sea la ingeniería artificial, sino la de sanador de cuellos torcidos: esos que no miran ni a los lados, ni hacia adentro.
Nadie se enriquece en la oscuridad —no hay cuevas repletas de oro fuera de Las mil y una noches— es el trabajo constante y cuidadoso, con metodología, lo que hace que de la piedra brote fuego. Por cada mano que tira un papel, una tubería se ensucia y un día se obstruirá. No son “ellos”, eres tú. No hay excusa para no ver, porque eso que huele mal, quizá tú lo tiraste o lo permitiste. No hay de otra “deadeveritas”.
Los tatequietos existen, y me gustan, porque fijan límites; los mismos límites que permiten a las personas crecer y a la sociedad respirar, delimitarse en su propia geografía. No son los partidos, ni las masas abstractas, son las decisiones particulares —y sus conveniencias— las que terminan pudriendo la libreta común. No vivimos de buenas intenciones ni de discursos: se cura con medicamentos, se opera con instrumentos. Se aprende leyendo, con maestros, repasando las letras. No se trata de quejarse con tinta amarga, sino de corregir con la pluma del compromiso.
Tapar el sol con un dedo porque “todavía vivo bien” no es decente. Llegamos desnudos y así nos iremos, ¿te acuerdas? Entonces, un país también puede escribirse y corregirse. Solo necesita lectores, escritores, actores que sepan usar las letras sin excusas.
Hoy escogí una libreta con tapas fuertes y renglones amplios para mi querido Cucciolo, que pronto iniciará la primaria. Quiero que empiece a escribir, que se observe, tropiece y documente, para que aprenda a levantarse con estrategia.
Dicen que nunca es tarde para quien quiere. ¿Te animas tú a escribir tu diario? ¿Te animas a mirarte sin disfraces y corregir las letras de esta nuestra nación? Te leo, te observo…

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus ( )