//REFLEXIÓN DOMINICAL:// Espíritu Santo, renuévanos

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*Domingo de Pentecostés


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Estamos cerrando la Pascua, que es la fiesta más importante de nuestra fe, y lo hacemos con otra fiesta, la de Pentecostés. Originalmente, en esta fiesta muchos peregrinaban a Jerusalén para dar gracias a Dios por las cosechas del año. Después se agregó otro motivo, el recuerdo de la promulgación de los mandamientos dados por Dios en el monte del Sinaí. Así, mientras Jerusalén estaba llena de gente de todas partes, vino el Espíritu y se posó sobre los apóstoles (Hech. 2, 1ss). Desde ahí, la fiesta de Pentecostés da un giro, se vuelve parte del caminar cristiano.
El hecho de Pentecostés es muy descriptivo: “El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos, se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse (Hech. 2, 1ss).
Este texto y otros textos bíblicos, así como la experiencia del caminar de la Iglesia, nos permiten sacar diversas conclusiones sobre el significado de la presencia del Espíritu Santo, que acompaña la vida de la Iglesia y anima el corazón de cada cristiano.
Para empezar, el Espíritu Santo nos capacita para hablar un nuevo lenguaje, que nos permite proclamar y entender las maravillas de Dios: “Atónitos y llenos de admiración, preguntaban: ¿No son galileos todos estos que están hablando?… entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros venimos de Mesopotamia, Judea, Capadocia… y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua”. Así es el lenguaje del amor que nace de Dios, rompe las barreras que distorsionan y limitan el buen entender de las cosas verdaderamente valiosas.
Hoy vivimos el esplendor de las nuevas tecnologías de la comunicación y, gracias a ellas, muchos contenidos van y vienen. Por ellas, compartimos las riquezas de las diversas culturas y civilizaciones, así como avances científicos. Sin embargo, al mismo tiempo enfrentamos un problema sumamente grave: la dificultad para entendernos. También, por desgracia, las herramientas de comunicación han sido usadas, indebidamente, para confundir, para violentar y, en general, para dañar. En esto, ya sabemos que el problema no son los medios, sino el uso que les damos, el contenido que compartimos a través de ellos. De ahí que nos preguntamos: ¿por qué, al igual que en Pentecostés, no le permitimos al Espíritu Santo que actúe y cambie esta realidad? El Espíritu Santo que nos regala el lenguaje del amor divino, que penetra hasta lo profundo del corazón, donde nace el buen entender de la vida.
El Espíritu Santo nos ayuda a colocarnos frente al Dios verdadero y a entender con claridad sus caminos, de lo contrario distorsionamos y confundimos. Nos permite entender el contenido de la fe y a comprometernos haciendo de ella un modo de vida; evitando que, a veces, se quede solo en una doctrina bonita e, incluso, hasta elocuente, pero sin generar un cambio, sin hacer nuevas las realidades y sin construir la unidad.
San Pablo nos recuerda algo esencial, el Espíritu Santo debe ayudarnos para construir la comunidad: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios que hace todo en todos es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común (1 Cor. 12, 3-7.12).
El fuego del Espíritu Santo, que se posó sobre los apóstoles y que llega a nosotros en el sacramento de la confirmación, es el fuego del amor divino que purifica, renueva, ilumina y nos hace valientes para actuar. Démonos tiempo de evaluarnos para ver si estamos permitiendo que, de verdad, el Espíritu obre en nosotros; preguntémonos con humildad si somos factor de construcción, de crecimiento, de renovación; si somos un factor de unidad en la familia, en la Iglesia y en el mundo.
¡Ven Espíritu Santo! “Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo”
¡Ven Espíritu Santo! “Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas”. ¡Ven Espíritu Santo, ven!

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