//MENSAJE DOMINICAL:// Aprender a orar

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*XVII domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación” (Lc. 11, 1-13). ¡Vaya enseñanza la de Jesús! Para quienes creen que Jesús estructuró una fórmula y se la enseñó a los apóstoles, sí que la puso fácil. De hecho, no deja de ser una tendencia típica, reducir la oración a fórmulas mágicas: para encontrar trabajo, esta oración, para encontrar lo perdido, esta otra, para recobrar la salud, esta, etc.
El mismo “Padre nuestro”, como una fórmula, se repite una y otra vez, pero como de memoria, en automático y, a veces, hasta de manera fría. El “Padre Nuestro”, como lo hacía Jesús, implica, antes que nada, colocarnos frente a Dios en una confianza filial, en un ambiente totalmente familiar, mostrándole, además, que somos conscientes de nuestra indigencia. Ese ejemplo de confianza profunda aparece hoy, en la primera lectura, con Abraham, quien, incluso, se atreve a cuestionar la decisión de Dios, todo con el fin de interceder por Sodoma y Gomorra (Cfr. Gn. 18, 20-32).
Por otra parte, las palabras mismas encierran contenidos y exigencias que no son compatibles con la encrucijada de la cultura actual. Por ejemplo, hablar de “Padre Nuestro” con el significado que Jesús le da, cómo puede sonar para muchos que hoy no tienen una experiencia agradable de lo que es un papá.
Le decimos: “venga a nosotros tu reino”, lo que significa que me comprometo y añoro que los principios que vienen de Él sean de verdad mis ejes de vida; que mi deseo y mi compromiso está orientado a ayudarle para que la luz del evangelio sea lo que más influya en mis decisiones, sabiendo que son valores no reconocidos en un mundo tan marcado por el materialismo y el individualismo.
Por poner otro ejemplo más de las exigencias de esta oración, decimos: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Indica que reconocemos que en el mundo existen ofensas, lo cual nosotros no ignoramos. Ahora, “la ofensa sólo se supera con el perdón y no con la venganza o la rivalidad”. Jesús nos mostró el camino en la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). Jesús pide perdón y compromete su vida en favor de los que le ofenden, porque le interesa que el mundo sea diferente. No pide perdón para salvar su vida de la Cruz.
No perdamos de vista que Dios sí nos cree. Por eso, cuando le decimos que nos persone, Él da por hecho que nosotros estamos trabajando para el perdón, la paz y la reconciliación, a pesar de que sean temas nada promovidos en la cultura actual, decía el Papa Francisco.
Por lo tanto, el “Padre nuestro” es un llamado muy serio, implica un compromiso a unirnos a un proyecto que revoluciona desde lo profundo del corazón, que compromete la razón, la voluntad, los sentimientos y, por tanto, nuestros intereses. Partamos de reconocer que Dios es nuestro Padre por ser nuestro creador. Como creaturas le pertenecemos. “Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones” (Ps. 33). Todos somos seres queridos por Dios y nos conoce perfectamente. Nos hizo a su imagen y Cristo es el modelo de lo que implica ser “imagen de Dios” (cfe. Cor. 4, 4.). Explicaba el cardenal Ratzinger: “Cuando creó al hombre a su imagen, estaba prefigurando a Cristo y creó al hombre según la imagen del nuevo Adán”. Nos creó de acuerdo a su Hijo, que es el modelo y plenitud de la medida de la humanidad.
Sin estas exigencias, la oración puede quedarse en rezos que no nacen del corazón, en formulismos externos que no comprometen a la persona o en sentimentalismos que solo exaltan la emotividad, esperando que Dios resuelva solo problemas circunstanciales, que en la mayoría de las veces deberíamos de resolver nosotros.
La verdadera oración es apoyarnos en Dios para que nos renueve en nuestro pensar y actuar. Y la persona renovada, sostenida en Dios, es capaz de ser fermento de vida nueva.

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