//MENSAJE DOMINICAL:// El amor da vida eterna

//MENSAJE DOMINICAL:// El amor da vida eterna

*Conmemoración de los fieles difuntos


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

En el amor toma sentido la vida y la entera existencia humana, incluyendo la muerte. De ahí que, Cristo en el Evangelio para hablar de la vida eterna, a la cual estamos llamados todos, primero hace alusión a los gestos de amor más cotidianos: “Vengan benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme… cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mt. 25, 34-40). En el ámbito del amor, el gesto más insignificante toma una trascendencia tan alta, como lo es la eternidad.
Por eso, al orar por nuestros hermanos difuntos, por una parte, nos mueve la certeza de que Cristo, con su muerte y resurrección, le quitó a la muerte humana el carácter de eternidad, para convertirla en una realidad transitoria. Pero, además, nos mueve la certeza de que el amor no muere, sino que se vuelve eterno. De ahí que, el vínculo de amor que nos unió a nuestros hermanos difuntos, no se rompe con la muerte.
Sin duda, el recuerdo de cada ser querido que ya no está, despierta emociones, revive vivencias, nostalgias, provoca silencio y reflexión. Pero, igual, esta fiesta nos hace enfrentarnos a la parte existencial de la muerte, la cual cada quien valora y asimila de modo diverso.
Desde luego, que para el mundo de hoy sí que suena del todo complicado entender el misterio de la muerte, pues al generalizarse tantas experiencias de muerte tan desgarradoras como el suicido, el aborto y el homicidio, pareciera que el ser humano pierde todo significado. Desde esas experiencias, sí que es difícil pensar en la muerte como parte de la vida, pues siendo experiencias que nacen del odio y de la falta de sentido, fácilmente eliminan los signos de la esperanza.
Pero, más allá de esa parte tan accidentada, hoy reafirmemos nuestra fe en el amor divino, en el amor que Dios nos ha tenido. Desde ese amor, no escatimó darnos a su Hijo para que tengamos vida y vida eterna. Cristo pasó por este mundo indicándonos el camino del amor y por amor murió, pero muriendo resurgió a la vida que no se acaba. Por eso, nos garantiza: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque muera, vivirá”. Así la muerte no es la última palabra, sino el pasaje hacia las aspiraciones más altas.
Por otra parte, esta fiesta de los fieles difuntos no solo nos mueve a una reflexión en la muerte a partir de los que ya no están aquí, sino que nos invita, a la vez, a pensar en nuestra propia muerte y a no perder de vista el llamado a la eternidad. Para eso, las obras de misericordia que Jesús nos presenta no son algo opcional, sino la manera concreta de encarnar, de andar en el camino de la fe. Dice el Papa León: “la realidad es que los necesitados para los cristianos no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo” (Delexi te). Y, evocando al Papa Francisco, subraya el mismo pontífice: “cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada en las prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos” (ibídem, n 113).
No ejercer las obras de misericordia, como estilo de vida, provoca que el corazón se enferme con sentimientos equivocados, al grado de cerrar los ojos ante el más necesitado. Eso ya es parte de las causas de las expresiones de muerte que estamos viviendo. Por eso, la dura sentencia de Cristo: “Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron… entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna” Mt. 25, 40-46). El que no ama, ya está muerto en vida y provoca muerte.
Pero si creemos en el amor y si nuestros familiares difuntos creyeron en el amor de Dios y practicaron las obras de misericordia, entonces ellos están más vivos que nosotros.
Oramos por ellos por si aún están en el purgatorio esperando la vida eterna; pero también oramos para unirnos en la alabanza a Dios con aquellos que ya participan de la gloria definitiva.
¡Por la misericordia de Dios, descansen en paz!

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus ( )