//MENSAJE DOMINICAL:// La indiferencia mata, física y corporalmente
*XXVI domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Amós, el profeta del desierto, vuelve a condenar las falsas seguridades que ofrecen los bienes materiales. Complican el acceso a los bienes más altos y anestesian el corazón para que no advierta las necesidades de los demás: “Ay de ustedes… se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos” (Amós 6, 1. 4-7). Las consecuencias son muy altas: el castigo es eterno. Así lo presenta Jesús en el Evangelio: un rico “se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día” (Lc. 16, 19). Dios le puso en la puerta de su casa una enorme oportunidad para ganarse la vida eterna: a su puerta yacía Lázaro, pobre, con llagas, deseoso de comerse lo que caía de la mesa del rico. El desenlace: al morir, el pobre fue llevado al seno de Abraham (al lugar de la gloria), mientras que el rico, por su parte, fue al lugar del castigo (cfr. Lc. 16, 20-22).
¡Cuidado! Porque muchos Lázaros siguen con hambre, ansiando llenarse con las sobras que tiramos de nuestras mesas. La pobreza, por una parte, hoy presenta rostros muy diversos y, además, ésta siempre encierra diferentes aspectos. De ahí que, “de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brote la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (Francisco, E. G. 186).
La pobreza en México está creciendo a grandes escalas. Para este año, se calcula que llegará a más del 58 por ciento de la población. Hoy hay 6 millones de pobres, más que hace tres años. Y esa pobreza no es solo material, sino que tiene muchos matices: educación, cultura, hambre, servicios básicos, integración social, cuestiones emocionales, entre otras cosas.
Increíblemente, en México se canalizan, sea por parte de los gobiernos, como de otras instituciones, muchos recursos hacia los pobres, pero la mayoría se enfocan a cuestiones asistenciales y no de desarrollo de las personas. Además, muchos de esos recursos quedan en las mismas estructuras que los aplican. Esto ha generado dependencia y conformismo, pero no un cambio de vida ni un crecimiento en nuestro país.
Por otra parte, la pobreza tiene muchos rostros, pues el pobre que fue ignorado por el rico Epulón puede ser tu hijo que pasa hambre de ser escuchado, entendido y que vive en mil confusiones, al cual tú has querido consolar dándoles bienes materiales y abandonándolo al riesgo de una vida libertina. No esperes a que un día te llegue con sorpresas desagradables. El pobre puede ser tu padre o tu madre que se sienten solos. Puede ser tu esposo o tu esposa que reclama más tiempo y una calidad de vida fundada en el amor.
Los pobres es muy común que se usen como bandera política y, a veces, para sermones religiosos. Pero no es común atenderlos bajo un proyecto que los integre plena y dignamente a la sociedad. De ahí la voz continua de Dios que le duele escuchar el clamor de los pobres (Ex. 3, 7-8).
Obviamente, el problema del rico del evangelio no fue ser rico. Como dice San Agustín: “La pobreza no condujo a Lázaro al Cielo, sino su humildad, y las riquezas no impidieron al rico entrar en el eterno descanso, sino su egoísmo y su indiferencia” (Sermón, 24, 3). Cuando las riquezas y las comodidades anestesian el corazón, hasta de modo inconsciente, podemos estar tomando el camino de la indiferencia. Esa indiferencia que mata el corazón de unos y el cuerpo de otros. Indiferencia que hoy se ha globalizado.
La parábola no dice que aquél rico haya adquirido sus bienes de modo ilícito o que él haya sido el culpable de la pobreza de Lázaro. Pero su capacidad económica sí le llevó a tomar una decisión: “vivir para sí mismo”. Y ya sabemos, el que vive para sí mismo se pierde.
No olvidemos: la palabra de Dios, que se escribió en clave de amor, siempre genera un verdadero humanismo. Como dijera el extraordinario Cervantes: que seamos “más ricos de valor que de moneda”.