//MENSAJE DOMINICAL:// La misericordia lo renueva todo

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*V domingo de cuaresma


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo” (Is. 43, 16-21). Lo anunciado por el profeta, era algo totalmente nuevo que, incluso, prometía superar los prodigios del Éxodo (cfr. Is. 43, 16-21). El presagio del profeta, no se refería únicamente a un hecho histórico inmediato, sino que era presagio también de “una novedad absoluta”, que tiene su lugar en Cristo.
Jesús es la revelación y la encarnación de la misericordia de Dios. “La misión que ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud” (Francisco, V. M. 8). Dicha misericordia hoy, Jesús la muestra en el evangelio a la mujer adúltera: “Nadie te condena, tampoco yo te condeno” (Jn. 8, 1-11). Todos se escabulleron hasta que quedaron ellos dos solos, frente a frente: “la miserable y la misericordia. Cuanta piedad y justicia divina hay en este episodio” (Francisco, M. et M.). Todo se revela y todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre. Por eso, desde esa escena, el Papa Francisco nos recuerda: “Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón” (M. et M. 2). Es el abrazo que renueva la vida, que provoca la más profunda alegría.
En un primer momento, Jesús actúa con sabiduría para liberar a aquella mujer del juicio de los hombres: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Jn. 8, 7). Con esa sentencia rompe los esquemas, presupuestos y desvanece las actitudes condenatorias de los doctores de la ley y del mundo en general. Y una vez liberada de los juicios del mundo, con su mirada y sus palabras le hace sentir el juicio de Dios, que es misericordia: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?… Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. ¡Esto es lo absolutamente nuevo que presagiaba el profeta!
El corazón que amó a la adúltera, fue el mismo que desde la Cruz sigue perdonando: “Perdónales Señor porque no saben lo que hacen”. Ese amor nos da una garantía: ni el mismo Dios nos puede quitar la vida, al contrario, a cambio de la terrenal nos ofrece una eterna. En realidad, sólo muere quien cierra su corazón a ese amor.
Ahora, ese amor se convierte en el máximo don para nosotros, pero también se hace tarea: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y ternura de Dios!” (Francisco, V. M. 7). Si hoy roban terreno los signos de la muerte, es en gran parte porque la experiencia del perdón se desvanece cada vez más de nuestra cultura; por lo que es sumamente urgente que los que formamos la Iglesia y todas las personas de buena voluntad, nos convirtamos en embajadores de la misericordia divina.
“En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes. En efecto, el futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí, surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación… El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella” (Francisco, M et M.).
Este es el camino del evangelio, del cual debemos vivir enamorados y del cual nunca deberíamos alejarnos. Ese es el amor que nos conquista, o como nos enseñó el Papa Benedicto XVI: Ese es el amor en el cual creemos. Esta es la novedad que sí puede salvar al mundo.
Sin el amor de Dios, solos nos condenamos a morir.

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