Vengan y lo verán
*II domingo del tiempo ordinario
Carlos Sandoval Rangel
Hoy aparece, una vez más, la figura de Juan el Bautista. Se convierte en el puente que une el proceso de lo anunciado con la nueva manera de la presencia de Dios. Por eso, induce a sus discípulos para que entren en la nueva dinámica de fe. De ahí que, estando con dos de ellos “y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: Éste es el Cordero de Dios”.
Que Juan presente a Jesús como “el cordero de Dios” es una manera de sintetizar todo el plan de salvación, desde lo que ha habido con lo que va a suceder. Abel ofrecía sus corderos como ofrenda, lo cual siempre fue agradable a los ojos de Dios. Los israelitas, en la noche de la liberación, inmolaron al cordero, lo comieron y con su sangre marcaron sus puertas para indicar su pertenencia a Dios. Y, así, encontramos el significado del cordero en el antiguo testamento, especialmente en el profeta Isaías. Ahora, al presentar a Cristo como el Cordero, ya se está haciendo alusión a la cumbre de su obra salvadora, que tiene lugar en la Cruz.
Con esta presentación que Juan el bautista hace de Jesús, podemos decir, que queda abierta la puerta a una nueva experiencia de fe. De ahí el diálogo que de inmediato se desprende con los discípulos. Dice el Evangelio: “Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús”; ante lo cual Jesús nos regala sus primeras palabras: “¿Qué buscan?” Es una pregunta corta, pero sin duda directa y contundente, que interpela desde lo más profundo.
Ante la pregunta de Jesús, “¿qué buscan?”, sin duda, pudieran haberse suscitado un sin fin de respuestas y, tal vez, algunas enfocadas a temas tan álgidos como: “queremos que nos enseñes exactamente quién es Dios” o “dinos ¿qué tenemos que hacer para llegar al Reino de los cielos?”, como lo hizo aquel joven rico o como lo hicieron un día los fariseos: “Enséñanos cuál es el mandamiento más importante de la ley”. Pero no fue así, la respuesta de los discípulos fue: “¿Dónde vives, Rabbí?”. ¿Dónde vives?, porque queremos estar contigo. No queremos respuestas teóricas ni conocimientos intelectuales, sino vivir una experiencia de encuentro contigo.
Jesús pronuncia sus siguientes palabras: “Vengan y lo verán”. Se trata de la invitación a la verdadera fe; esa es la puerta de la fe, a la que estamos todos llamados a entrar: Vengan y vean. Como dice el Papa Benedicto XVI: “La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él. Y ese estar con Él nos lleva a comprender las razones por las que se cree” (Porta Fidei n. 10). Esa invitación es la que nos permite dar el paso para entrar a la experiencia personal con el Dios cercano y amoroso. “La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de amor que se recibe y comunica como experiencia de gracia y gozo” (Ibidem).
Sin esta experiencia, la fe sigue siendo pobre y nos seguirá ganando la tentación de creer en Dios, pero también querer usarlo, buscando que nos dé cosas o resuelva problemas, pero sin llegar a lo más sagrado, que es Él mismo. Como aparece en las páginas del Evangelio, los fariseos estaban continuamente empeñados a trabajar y cimentar la fe solo en la ley. Por eso su inquietud acerca de cuál es el mandamiento más importante o la insistencia en acusar a Cristo de violar los mandamientos. Pero se quedaban lejos de entender la grandeza de la misericordia divina.
Desde esa invitación, “vengan y vean”, Jesús llama a los demás apóstoles, incluyendo a Simón Pedro, que será la roca sobre la cual decide constituir su Iglesia, pero también incluyéndonos a nosotros, pues, igual, nosotros somos destinatarios del amor de Dios mostrado en Cristo.
¡No tengamos miedo ni nos limitemos!, ¡estemos con Él, que Él siempre está con nosotros!