//MENSAJE DOMINICAL:// El buen pastor

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*Cuarto domingo de Pascua


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Yo soy el buen Pastor”. Así se autodefine Jesús y son muchos los gestos, palabras y obras que lo acreditan como tal: consoló a los tristes, curó a los lastimados por el pecado, levantó al paralítico, resucitó muertos, etc. Pero, después de la resurrección, esta imagen se vuelve más contundente en Jesús. Si con la muerte en Cruz, los discípulos entraron en profundas confusiones y, de alguna manera, se empezaron a dispersar, ahora, resucitado, como buen pastor, los reúne, los fortalece y los reafirma en el camino, los lleva a los pastos seguros.
La imagen del buen pastor recoge una rica cultura y tradición. Por una parte, hace referencia a los pastores nómadas que, durante meses, pasaban días y noches al pie del rebaño. Por eso, tenían una identificación mutua con las ovejas. La imagen fue aplicada también a personajes como Moisés, quien, de la mano de Dios, condujo al pueblo hacia la tierra prometida. Igual era una imagen que se aplicaba al mismo Dios, como reza en el Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me faltará. En verdes pastos me hace reposar”.
Hoy el evangelio nos presenta, especialmente, dos razones por la cuales Jesús es el buen pastor:
Una, el buen pastor da la vida por las ovejas. “Yo doy la vida por mis ovejas… El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo para volverla a tomar” (Jn. 10, 17-18). Esta peculiaridad, que ya tomaba sentido en la vida pública de Jesús, llega a su plenitud en su muerte y resurrección. Nos muestra que es capaz de bajar a las sombras de nuestra muerte, para conducirnos, desde ahí, hacia la vida. Le da sentido a nuestra existencia cotidiana y, a la vez, nos proyecta a la vida que no se acaba.
Por eso, para los antiguos cristianos era común que en los sarcófagos se pusiera la imagen de Cristo, buen pastor. Él tiene el poder y la voluntad para hacer recobrar la vida. “Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto” (Benedicto XVI, Salvados en la esperanza, 6).
La otra razón es: “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre”. Las ovejas lo siguen porque lo conocen. Esta relación estrecha, entre ovejas y pastor, parte de algo esencial: la confianza absoluta y una profunda intimidad, que nace de la convivencia, del estar juntos en cada momento y, así, juntos han vivido de todo. El conocimiento y la intimidad que hay entre el pastor y las ovejas es similar a la que hay entre Jesús y el Padre: “conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre”. Se trata de una relación de amor que une sustancialmente al Padre y al Hijo.
En eso consiste el camino de la fe: permitirle a Jesús caminar con nosotros. De hecho, el vínculo del creyente con Cristo crece en la medida que le permitimos entrar en la dinámica de nuestra vida y familiarizarnos con su voz. De su parte, sí da todos los días su vida por nosotros y sí nos conoce. Pero la parábola expresa también una correspondencia del rebaño. Esa relación de íntimo amor y absoluta confianza implica un hábito, un trato continuo, una familiaridad con su palabra.
Cristo es el buen pastor, no sólo por garantizarnos dar el paso más difícil, el del sepulcro, sino también, por ser parte de la vida cotidiana. Nos enseña Benedicto XVI: El buen pastor,
“expresaba generalmente el sueño de una vida serena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad” (ibidem). En ese sentido, Cristo, buen pastor, es algo propicio para el hombre de hoy, que vive inmerso a un ritmo de vida nada fácil, a veces creyendo lograrlo todo, pero, a la vez, viviendo con el peso de una infinitud de confusiones, miedos y desesperanzas.
Jesús no espera los momentos de aprieto para dar la vida, también ofrece serenidad y fortaleza en el día a día.

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