//MENSAJE DOMINICAL:// El pecado implica una dimensión social

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*VI domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: Si tú quieres, puedes curarme. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ¡Sí quiero: Sana! Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio” (Mc. 1, 40- 42).
El evangelio de San Marcos se da a la tarea de revelar, con contundencia, la identidad de Jesús: hace dos domingos se presentó en la sinagoga, donde curó a un endemoniado, el cual declaró a Jesús como el santo de Dios; el domingo pasado curó a la suegra de Pedro y a más enfermos, mostrando que viene con su poder divino para sanar las enfermedades de los seres humanos; y hoy, un leproso le pide que lo cure, indicando que su poder es reconocido públicamente. Así, San Marcos muestra que Jesús porta los poderes que son propios de Dios y que Él los tiene en calidad de Mesías.
El escenario del milagro de hoy, aunque pareciera un milagro más, no es sencillo, pues hemos escuchado en el libro del Levítico que el leproso era declarado formalmente impuro y se le excluía del pueblo (Cfr. Lev. 13, 44-46). Esto indica que la lepra implicaba no solo un problema de salud, sino ante todo era un problema moral, social, de fe y antropológico. De hecho, se pensaba que el leproso era alguien golpeado por Dios y lo consideraban, por la repugnancia y fealdad, como un signo del pecado (Cfr. Juan Crisóstomo Homilías, sobre San Mateo).
Jesús cura al leproso y, por tanto, lo reintegra, indicando, así, algo absolutamente nuevo: Signo de que el Reino de Dios ha llegado y que exige un nuevo orden de vida en el que nadie queda fuera. La vida de aquel hombre vuelve a tener significado, pues ya no es golpeado de Dios, sino amado. No es excluido, sino integrado.
Bien podemos imaginar todo lo que aquel hombre sufrió para poder estar cerca de Jesús y, además, iría con la duda de si iba a ser escuchado o despreciado. Pero todas las posibles explicaciones que había preparado se sintetizaron en: “Si quieres, puedes curarme”. Aquel hombre fue testigo de ese nuevo orden social que propone Jesús fundamentado en el amor que Dios tiene por todos, no importando la condición económica, moral, cultural, de salud o de raza.
Por desgracia, la exclusión o la discriminación no fue un problema sólo del antiguo pueblo de Israel y de otros pueblos, pues sigue siendo uno de los graves pecados que Dios quisiera redimir en la actualidad. La cultura actual, lejos del orden de vida que propone el Evangelio, “tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos del poder, de la riqueza y del placer efímero se han transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social” (Aparecida, n. 387).
Dice el Papa Francisco: “Hemos dado inicio a la cultura del descarte que, además, se promueve. Ya no se trata solamente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son explotados, sino desechados, sobrantes” (E.G. 53).
Ante una realidad así, urge anunciar el valor supremo de cada hombre y cada mujer, urge posesionar su dignidad por el mero hecho de que son personas. Ese es el nuevo orden de vida traído por Cristo, ante el cual no podemos decidir de modo diferente, si es que queremos ayudar a restaurar el tejido social tan deteriorado.
Los leprosos son los excluidos, en sus múltiples expresiones. Pero los leprosos son también quienes enfermos del corazón, faltos de humanismo y llenos de egoísmo, siguen generando miseria humana. Por tanto, convertirse también incluye “revisar todos los ambientes y dimensiones de la vida” de la vida de los excluidos (Doc. La Iglesia en América, n. 27). Es revisar y no aliarnos con las estructuras que generan pobreza e injusticia, que usan a los pobres como bandera política.
El verdadero pecador no es el enfermo de lepra, sino aquel que se atreve a discriminar a otros y a pensar que es de categoría diferente a los demás. Es aquel que usa a los pobres para sus fines mezquinos.
Jesús nos dio ejemplo del abundante bien que hace un corazón cuando el principal motivo de cercanía a los otros es amar, sanar, dignificar, incorporar. Él con un corazón amoroso se acercó al leproso, al huérfano, a la viuda, al niño y al pecador.
¡Señor Jesús, cúrame de mis lepras, de todo aquello que me separa de ti y de los demás!

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