//MENSAJE DOMINICAL//: Alianza nueva y definitiva

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*V domingo de cuaresma


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Se acerca el tiempo, dice el Señor, en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una Alianza Nueva” (Jr. 31,31). Mientras los seres humanos complicamos muy fácil la vida, Dios hace hasta lo imposible para que no suceda así. En la antigüedad, Él hacía alianzas con su pueblo, pero pronto se rompían por las infidelidades humanas. De ahí que ahora Dios, a través del profeta Jeremías, anuncia una alianza nueva y definitiva. Además, esta alianza tendrá otra cosa especial: quedará grabada en lo más profundo de la mente y del corazón del creyente.
Jesús es esa nueva y definitiva alianza que une, de modo perpetuo, lo humano y lo divino. Y, en complimiento de lo anunciado por el profeta Jeremías, nos dice en el Evangelio: “Ha llegado la hora”. “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”. Es la hora del cumplimiento de las promesas. El Padre no está dispuesto a seguir perdiendo a su creatura predilecta. Por eso, llega el momento en que Cristo sella en la Cruz la nueva pertenencia entre Dios y la humanidad. Él nos representa ante el Padre, habla por nosotros, pero también representa el rostro amoroso de Dios ante la humanidad, y quiere que haya un vínculo indestructible. En adelante, alguien, de modo personal, puede decidir vivir fuera del amor de Dios, pero, aun así, la alianza no se rompe, pues la promesa de amor para aquella persona sigue abierta de parte de Dios.
Dice el evangelio que llegaron unos griegos queriendo conocer a Jesús. A partir de ahí, Jesús inicia el anuncio de su pasión. Esto puede tener un doble significado: por una parte, como lo mencionan muchos, los griegos representan a los paganos, a los demás pueblos. Así, Jesús hace ver que su pasión tiene un significado más allá del pueblo de Israel, es decir, tiene un significado universal. Pero, además, en adelante, los que quieran ver a Jesús deben hacerlo en la profundidad de su identidad como Mesías, como el puente que une de modo pleno lo humano y lo divino. Él patentiza en la Cruz el reencuentro entre Dios y el hombre.
“Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”. Dice San Ireneo: “La gloria de Dios consiste en que el hombre viva”. Pues Cristo es el grano que muere, para que el hombre viva y se manifieste así la gloria de Dios. Es, por eso, que la hora de Dios es también la hora del hombre.
Los cristianos vivimos de las promesas de Dios, las cuales quedaron cumplidas y patentizadas en la Cruz. Promesas que cada uno hace propias en la medida que abraza y hace suya la Cruz de Cristo. De ahí que la Cruz sea el signo más grande y contundente de nuestra fe. Es la garantía de que efectivamente Dios sí cumple hasta el extremo. Por eso, nada nos dará tanta fuerza para actuar como la Cruz.
La Cruz hoy se hace viva y actual desde el altar, al celebrar la santa misa. El altar sería vacío sin el cuerpo de Cristo que se nos ofreció en la Cruz. El altar sería vacío sin la sangre de Cristo, que fue derramada en la Cruz. Por eso, en el altar renovamos nuestra pertenencia a Dios. El altar alimenta el amor, la vida, la fe, la alegría y la esperanza, que dan sentido a nuestro existir.
La Cruz se hace viva y actual en el bautismo que nos engendra como hijos de Dios; en el sacramento de la reconciliación donde Dios nos abraza con amor misericordioso. La Cruz se actualiza en el sacramento del matrimonio que hace de los esposos testigos vivos del amor de Dios, que genera vida; en el sacerdote que debe entregarse con amor y sin tregua sirviendo a su pueblo; en el enfermo, donde late el dolor vivo de Cristo. La Cruz de Cristo es viva y actual en cada cristiano que permite que en su vida y en su corazón resuenen las palabras de Cristo: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”.
“La hora de Jesús” empezó en la Cruz, signo contundente del amor que da vida; pero, “la hora” aún está vigente, pues sus efectos están por encima del tiempo y del espacio.

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