//MENSAJE DOMINICAL:// La dicha de dar el sí a Dios

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*IV domingo de adviento

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

En el campo de la fe muchas veces hablamos del sí que María le da a Dios, pero es importante unir ese sí al de José. En uno y otro caso, se trata de un sí que rebasa toda lógica humana y que se coloca muy por encima de toda circunstancia adversa. Nos dice el Evangelio: “Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto” (Mt. 1, 18-19).

José, rompiendo todo orden legal, asume una actitud de misericordia hacia María, que coloca el bien de ella por encima de todo otro bien: “no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto”. Algunos comentan que su gesto hacia ella no es tanto de una sospecha, en el sentido de decir “me ha traicionado”, sino que se trata más bien de una intuición, de que Dios ha actuado en María. Para José era imposible dudar de la mujer que amaba y en quien siempre había encontrado toda virtud. Dice San Bernardo: “José se juzgaba indigno y pecador, y pensaba que no debía convivir con una mujer que le asombraba por la grandeza de su admirable dignidad” (Laudes Mariae).

Pero es, precisamente, su fe en Dios y su amor sublime por María lo que le permite atender al Ángel que le dice: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1, 20-21). Desde ese momento, la decisión de José, unida a la de María, se ha convertido en una puerta que facilita que Jesús, “Dios con nosotros”, se haga presente para el mundo por generaciones y generaciones.

Sin una disposición así, Jesús no puede nacer en el corazón de cada persona. El que creó todas las cosas y sostiene en su ritmo todo cuanto existe, no puede nacer sin la disposición personal de cada uno, a ejemplo de José. El sí de la fe siempre abre puertas para que Dios esté y para que el ser humana aprenda a vivir de Dios. Abre puertas para la propia persona, pero también para los demás. Imaginemos, por ejemplo, un papá que se cierre a Jesús; ese papá no solo cierra la opción para él, sino que también limita a sus hijos, y, a la vez, los hijos limitarán también a sus propios hijos y así sucesivamente.

Dios ya dio su sí, José y María también, y, gracias a ellos, la eternidad entró en el tiempo y el tiempo tocó la eternidad. Pero ahora vuelve a haber navidad si también nosotros damos nuestro propio sí. Vuelve a haber navidad si, más allá de la lógica y de las perspectivas humanas, también nosotros permitimos que la eternidad toque nuestra vida.

Se vuelve ejemplar y fecunda la decisión de José, por eso es significativo su proceder: “Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa”. Desde ahí, José forjó un estilo de vida que le envolvía en una tarea muy peculiar: introducir al mismo Hijo de Dios en el orden del mundo. Llevarlo consigo para presentarlo e introducirlo en el mundo. ¿Nosotros estamos dispuestos a hacer lo mismo? ¿Estamos dispuestos a introducir a Jesús en nuestro hogar, en el mundo del trabajo y en todos los lugares donde tienen encuentro los seres humanos?

José vivió la navidad junto a Jesús en el pesebre gracias a que le creyó a Dios y recibió a María su esposa. También nosotros hagamos lo mismo: creyéndole a Dios, reconozcamos nuestras pobrezas y abrámonos a su grandeza. Así, con plena certeza, podremos decir de verdad: ¡Feliz Navidad!

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