//MENSAJE DOMINICAL// No les llamo siervos, sino amigos

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*VI Domingo de Pascua


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 9). Nuestras capacidades siempre serán cortas para alcanzar a comprender la medida del amor de Cristo por nosotros: nos ama como el Padre lo ama a él. El amor de Dios por nosotros es tal, que toda su obra, desde la creación hasta la redención, se desarrolla bajo un plan de amor.
Y si la fe es ponernos en la órbita de Dios, entonces podemos decir, como el Papa Benedicto XVI: “hemos creído en el amor de Dios” (Dios es amor, 1). Que así exprese el cristiano la opción más importante de su vida. El deseo profundo de Dios es que todos permanezcamos en ese círculo de pertenencia amorosa, que vivamos en la verdadera comunión: el Padre ama al Hijo, el Hijo nos ama a nosotros y quiere que también nosotros nos amemos los unos a los otros y, en consecuencia, que amemos nuestra casa común.
Fuera de esto, todo nos enferma, pues los ejes de vida que el mundo nos presenta es imposible que llenen la grandeza del interior de la persona. Sin el amor que nace de Dios, el corazón acumula odios, confusiones, egoísmos, rivalidades, etc.
Para responder a este plan de amor, hoy Cristo nos hace unas indicaciones concretas e infalibles: primero, “Permanezcan en mi amor”. Segundo, “Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi amor; lo mismo que cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Y tercero, aterrizando aún más, nos dice: “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
Lo visitamos en el sagrario, le hablamos durante el día, comulgamos su cuerpo y otros actos de culto que nos acercan a su realidad sacramental para permanecer en su amor. Pero, luego no vayamos en caer en la tentación de dejarlo solo en su misión, en su terea frente al mundo. Amar a los demás, desgastando nuestra vida por ellos, significa que asumimos los proyectos de Jesús. Permanecer en Jesús, es compartir con Él la tarea de hacerle sentir a los seres humanos, con hechos concretos, que también ellos son amados.
Si los griegos, teniendo en cuenta sólo del amor en un nivel humano, el amor Eros, ya decían que el amor es una potencia divina, que le permite al hombre experimentar la dicha más alta, ahora nosotros, bajo la experiencia del amor divino, nos será más fácil entender que el amor es el único camino válido para el hombre. Pues el amor enlaza al hombre con su origen y con su fin máximo, es decir, con Dios.
Los griegos admiraban la grandeza del amor eros, pero, en nombre de ese mismo amor, muchas veces cometían locuras inhumanas, como de hecho sucede a menudo en nuestro tiempo. En cambio, el amor, iluminado desde la fe, purifica, dignifica, fortalece y logra las más altas vinculaciones interpersonales.
Creemos en Dios por el amor que nos ha mostrado en Cristo, sobre todo a partir del acto sublime de la Cruz. Ahí “se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo. Esto es el amor en su forma más radical” (Benedicto XVI, Dios es amor, 12).
Señala San Juan: “El que no ama, no conoce a Dios”, a lo que podemos añadir: y tampoco se conoce a sí mismo, pues sin amor, el ser humano permanece incomprensible para sí mismo (Juan Pablo II). En cambio, amando al prójimo la persona se reafirma a sí misma. El ejemplo es Cristo, quien desde la Cruz reafirmó al hombre en su dignidad más alta, pero también así logro reafirmarse Él mismo como el Mesías.
¿Para qué aferrarnos a otros caminos que nos han dado tan malos resultados?

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