Sin Dios la vida no nos da para tanto

Sin Dios la vida no nos da para tanto

*Solemnidad de la Santísima Trinidad


Pbro. Carlos Sandoval Rangel


“Todo lo que existe y puede existir es eterno o temporal” (Ricardo de San Víctor, De Trinitate, libro 1). La existencia de lo temporal es más que evidente. Pero hay una verdad: la realidad temporal no tiene capacidad para darse la existencia a sí misma, por lo que la lógica nos lleva a entender la necesidad de algo más allá que dé sustento a lo temporal.
La ciencia actual ha avanzado mucho, pero esta se mueve en base a lo que ya hay. Estrictamente, no crea nada nuevo, sólo ahonda en la comprensión de lo que ya hay.
Por su parte, es la revelación divina la que nos ha ayudado a dar claridad y comprensión a esa realidad eterna que da sustento a todo un universo. Con enormes esfuerzos, muchos pensadores de la historia trataban de explicar una causa máxima originaria, desde la cual se pudiera entender el existir y operar de cuanto existe. Pero fue el mismo Dios quien no sólo nos reveló su ser, sino también su modo de actuar frente al universo, en general, y frente al ser humano, en especial.
“Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas, que has creado, me pregunto: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano, para que de él te preocupes? Sin embargo, lo hiciste un poquito inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos y todo lo sometiste bajo sus pies” (Ps. 8). Este salmo recoge miles y miles de años. Nos presenta una síntesis del actuar de Dios frente a la creación entera y, en particular, nos presenta el actuar amoroso hacia el hombre.
En la antigüedad, el común de los pueblos buscaba a un Dios desde su pobre entender, siempre en un ambiente religioso envuelto de mitologías y cosmovisiones incomprensibles; adoraban a dioses lejanos, que no enseñaban nada a su pueblo. Eran “dioses que se habían demostrado inciertos…”, sustentados en “mitos contradictorios de donde no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban sin Dios” (Benedicto XVI, Salvados en la esperanza, 2).
Pero ha sido Cristo quien ha venido a manifestarnos, de modo pleno, la naturaleza y el actuar de Dios, que es creador y salvador. Nos revela la intimidad más profunda del misterio de Dios: nos enseña que Dios es amor y que existe en tres personas. Jesús, el Hijo, viene por designio del Padre. Y el Hijo, nos habla también del Espíritu de la verdad (Jn. 16, 12-15). Tres personas distintas en un solo Dios verdadero.
Vivir desde la grandeza y la belleza del amor de este Dios trinitario, que se ha volcado hacia nosotros, es lo que marca la infinita diferencia entre la fe cristiana respecto a cualquier otra religión. Es este Dios amoroso, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo donde se muestra la plenitud de Dios. Pero, también ahí el hombre encuentra su propia plenitud. Quitarle algo a toda la expresión de Dios, como se nos ha revelado en Cristo, es contentarnos con la concepción de un Dios pequeño, que, tal vez, por querer hacerlo a nuestra medida, nos sentiríamos contentos, pero con una visión así ni crecemos ni podemos caminar hacia la plenitud.
Creemos en Dios que es Padre, Creador y Señor de todo; que es Hijo, Salvador, que se convierte para nosotros en el rostro amoroso y cercano de Dios y, también, en el Santo Espíritu que nos vivifica y enciende en el amor divino.
Sin la plenitud que nos ofrecen cada una de las personas divinas, el hombre seguirá intentando construir un mundo sin Dios, y ahora nos damos cuenta de que no le está saliendo tan bien; o vivirá de una fe que, a lo mucho, le sirve para buscar reafirmarse en su visión terrenal y egoísta, pero, igual, no le alcanza para mucho. Una religión sin la Santísima Trinidad y sin la riqueza de amor y de vida que nos transmite cada una de las divinas personas, equivale a una religión con un Dios pequeño para un ser humano pequeño, sin deseos de trascender y de llegar a la plenitud de vida.
Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo.

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